Amor Prohibido - Capítulo 1
CAPÍTULO 1
EL REINICIO
La tarde está muy fría en Armenia. Una
suave lluvia invade el ambiente y el sol hace intentos por mostrar su poder
entre las grandes nubes grises que cubren el cielo. La familia Rubio, dentro de su casa, es un
símil del ambiente reinante en el exterior, todos se encuentran afligidos, pero
al mismo tiempo contentos. En la familia
Rubio todos pensaron que al regresar de la universidad se quedaría cerca de la
familia, pero el joven Martín tiene sus propias metas para el futuro; una de
ellas es la de independizarse económicamente de su familia y la otra es, llegar
a ser uno de los mejores abogados, si no del país, por lo menos de la ciudad en
dónde ejerza.
Martín es un joven de 24 años, muy
inteligente y talentoso, alto, de piel blanca, cabello negro, ojos marrones y cuerpo
muy atlético, gracias a su gusto por el deporte y los constantes ejercicios,
que los convirtió en una disciplina indispensable para su vida desde que era
muy joven y estudiaba en la escuela.
Ahora, después de 5 largos años, ha
terminado sus estudios de derecho en la universidad de Bogotá y gracias a sus
buenas calificaciones y a la intervención de uno de sus profesores, logró
conseguir un puesto en una de las firmas de abogados más prestigiosa de la
ciudad de Medellín. Por eso la tristeza
que invade a la familia. Martín se está
despidiendo de todos, pues debe irse de inmediato, para presentarse en la las
oficinas de Morris & Sanders, a primera hora del día de mañana.
La señora Leonor, la madre de Martín,
una mujer muy joven de tan solo 47 años, muy bien conservada, de porte
elegante, de piel blanca, cabello largo negro y ojos del mismo color de los de
Martín; llora mientras se despide y bendice a su hijo.
—Dios me lo bendiga y cuide todo el
tiempo, que me lo mantenga siempre por la senda del bien —dice la señora
Leonor.
—Gracias mamá, no te preocupes, estaré
bien, te llamaré cada vez que pueda —responde Martín.
La señora Leonor continúa secándose las
lágrimas de los ojos con un pequeño pañuelo que tiene entre sus manos, mientras
el señor Abel, el padre de Martín la recrimina.
—Vamos mujer, ya deja de llorar, Martín
no se va a la guerra, podrás ir a visitarlo cuando quieras.
—Así es mamá, cuando me establezca
podrás ir y pasar unos días conmigo —expresa Martín.
—¿De verdad hijo? —pregunta la señora
Leonor.
—Por supuesto mamá, Medellín está a
pocas horas de aquí y papá o mi tío podrán llevarte a visitarme —asegura
Martín.
Estas últimas palabras dan un poco de
aliento a la señora Leonor que se seca las lágrimas por última vez, alentada
por el hecho de que podrá ir a visitar a su único hijo cuando ella quiera.
El señor Abel, un hombre de 52 años,
alto y blanco, toma la iniciativa y le recuerda la hora a Rómulo, su hermano
menor.
—Anda Rómulo, lleva a Martín al
aeropuerto, que ya se le hace tarde para tomar el avión.
—Si, tienes razón Abel —reconoce
Rómulo—. Vamos Martín que se te hace
tarde.
Martín da un beso a su madre y un abrazo
a su padre para luego tomar su equipaje y salir de la casa hacia la camioneta
de su tío.
Rómulo es un hombre relativamente joven
de unos 40 años, de contextura muy parecida a la de su hermano, pero de muy
buen carácter, a pesar de cualquier circunstancia y que se lleva muy bien con
Martín, al punto de que se tratan como dos buenos amigos más que como tío y
sobrino.
Por el camino, mientras Rómulo conduce
hacia el aeropuerto, le da consejos a Martín y le recuerda lo dispuesto que
está siempre a ayudarle en lo que sea.
—Martín, recuerda que estoy disponible
para ayudarte en lo que sea. Si me necesitas algún día, solo debes llamarme y
cuenta con que estaré allí —dice Rómulo.
—Si tío, lo se. Cuenta con que el día
que necesite ayuda, tú serás la primera persona a quien llamaré.
—Así debe ser sobrino, estarás solo en
una ciudad desconocida para ti y por un tiempo deberás hacer tu solo las cosas,
pero si te las ves apretadas, recuerda siempre que puedes contar conmigo y con
tu madre.
—No te preocupes tío. Recuerda que viví
solo en Bogotá durante cinco años.
—Tienes razón… tienes razón.
Sin darse cuenta, recorrieron la distancia
en pocos minutos y ahora han llegado a la puerta de entrada del aeropuerto en
donde Rómulo deja a Martín para que tome su vuelo.
Luego de despedirse y esperar durante
una media hora, Martín al fin logra abordar el avión e inicia su viaje hacia
Medellín en donde espera iniciar una nueva etapa en su vida.
En todo el trayecto, Martín no ha
cerrado los ojos. Como sabe que el vuelo durará poco menos de una hora, ha
preferido mirar por la ventanilla cual niño pequeño, para no perderse ni un
solo detalle del recorrido. En toda su
vida nunca había ido a Medellín y ahora deberá enfrentarse solo a esa enorme
ciudad de la que solo tiene referencias.
Pero no tiene miedo, solo está emocionado, más por el trabajo que
comenzará que por cualquier otra cosa.
Las nuevas experiencias que le esperan en el ejercicio de su profesión
lo mantienen muy entusiasmado.
Son ya pasadas las seis de la tarde,
cuando Martín llega por fin a Medellín, fue un viaje muy corto y ya ha llegado
a su destino. Ahora se desplaza en un taxi con rumbo al centro de la ciudad en
donde lo espera un pequeño apartamento en un viejo edificio que le consiguió su
profesor y que según le dijo, queda muy cerca de las oficinas de la firma.
Al llegar al edificio “Esmeralda”, Martín
entra sus cosas hasta el lobby y después de identificarse con el encargado, en
un cubículo al lado de los ascensores, este le entrega la llave y lo acompaña
hasta el apartamento para mostrárselo.
Ya dentro de su nuevo lugar de
residencia, Martín lo recorre rápidamente para conocerlo. Tiene dos pequeñas
habitaciones, dos baños, una cocina lavadero completamente equipados, una sala
de regular tamaño con un balcón al que no duda en salir para dar una mirada a
la calle.
El apartamento se encuentra en el quinto
piso del edificio y la vista es bastante buena.
Tiene una vista de la avenida en ambos sentidos y la brisa se siente muy
fresca en la cara. Martín está conforme
y piensa que podrá vivir solo en esas condiciones sin problemas.
Como la nevera está equipada con casi
todo, como si viviera alguien en ese sitio desde hace tiempo, Martín decide
comer algo de lo que hay para no salir y poder acostarse a descansar.
Esta primera noche en esa ciudad y ese
nuevo apartamento han calado en tal medida sobre Martín que no ha podido pegar
un ojo en toda la noche.
A la mañana siguiente, muy temprano,
Martín ya está preparado para irse a la oficina de la firma y presentarse con
los dueños, para empezar a trabajar cuanto antes. Así lo hace, luego de tomarse una taza de
café, que preparó al estilo universitario, sale de su apartamento y baja en el
ascensor hasta el lobby del edificio, en donde se encuentra con el portero que
lo saluda muy amablemente.
—Buenos días señor.
—Buenos días tenga usted también, amigo
—responde Martín cortésmente mientras sale del edificio a la calle.
Como las oficinas de la firma quedan a
solo seis cuadras del edificio Esmeralda, Martín decide irse caminando para
conocer la ciudad. En poco tiempo llega
a la entrada de un imponente edificio, en donde rápidamente se nota que es solo
de oficinas, por el movimiento de personas que hay en la entrada y en el lobby. Luego de unos minutos, logra entrar a uno de
los ascensores y sube en el hasta el piso 12, en donde se encuentran las oficinas
de la firma Morris & Sanders.
Al llegar a la oficina es recibido por
una de las secretarias que se encuentra uniformada con un traje de falda y saco
azul oscuro.
—Buenos días señor, ¿en qué puedo
ayudarle? —pregunta la joven.
—Buenos días señorita, soy Martín Rubio,
el señor Morris me espera —explica Martín.
—Ah, el doctor Rubio —dice la joven—,
por favor sígame, el doctor Morris lo está esperando en su despacho.
Martín sigue a la joven por el pasillo,
entre una cantidad de secretarias y puertas de oficinas hasta el final del
pasillo, en donde una puerta de madera de caoba oscura, deja saber claramente a
cualquier visitante que es la puerta del despacho de uno de los socios
principales.
La joven toca suavemente antes de abrir
la puerta para luego de entrar y presentar a Martín.
—Doctor, ha llegado el doctor Martín
Rubio —dice la joven.
—Ah, que pase, hágale pasar —se escucha
decir a la persona que se encuentra en el despacho.
—Pase adelante doctor —dice la joven a
Martín abriéndole la puerta.
—Gracias —responde cortésmente Martín.
Al entrar, Martín se encuentra con un
enorme y espacioso despacho, totalmente decorado en madera del mismo tipo que
la puerta, con un gran ventanal panorámico con persianas verticales y las
paredes forradas en estanterías llenas con colecciones de libros de derecho que
a simple vista parecen no haber sido abiertos nunca.
—Buenos días, doctor Rubio, lo estaba
esperando —dice el doctor Morris—. El doctor Andrade me advirtió que vendría
hoy.
—Buenos días señor, llegué ayer con la
intención de incorporarme hoy mismo —explica Martín.
—Perfecto, me gusta su entusiasmo. Por
favor, tome asiento.
En ese momento entra a la oficina una
persona muy bien vestida, que deja ver por su apariencia que se trata de
alguien muy importante.
—Buenos días Henry, voy saliendo para el
aeropuerto, debo reunirme con un cliente en Bogotá —dice la persona desde la
puerta.
—Perfecto Oswaldo. Mira te presento a nuestra nueva adquisición,
Martín Rubio —dice el doctor Morris.
—Mucho gusto — responde el hombre desde
la puerta.
—Doctor Rubio, como puede ver —explica
el doctor Morris—, mi primo Oswaldo Sanders y yo somos completamente criollos,
herederos de dos apellidos extranjeros muy sonoros y que nos hacen parecer de
la realeza, pero somos gente común y corriente como usted, con un poco de
suerte, nada más.
Henry Morris y Oswaldo Sanders
efectivamente, parecían dos personas normales muy bien vestidas, a no ser por
la gran cantidad de dinero que poseen y el prestigio que esgrimen dentro de la
sociedad de Medellín y la comunidad de abogados. Si no los conocías bien, eran solo dos
hombres de 50 años, con mucha educación y muy bien vestidos.
Luego de un rato de conversaciones,
preguntas e interrupciones, el doctor Morris acompaña a Martín a la que será su
nueva oficina, ubicada al final de uno de los pasillos interiores del piso.
—Bien, esta será su oficina, las
secretarias no son exclusivas, puede utilizar la que esté desocupada, pero le
recomiendo por experiencia que se acostumbre a una sola de ellas —explica el
doctor Morris.
—Entiendo señor —afirma Martín.
—Espero que la recomendación del doctor
Andrade sea acertada y no nos haga quedar mal, ni a él ni a nosotros.
—No señor, no se preocupe, le aseguro
que estaré a la altura.
—Eso espero muchacho…
Así comenzó el camino profesional de
Martín. Desde ese momento hizo todo lo
posible por destacar en la firma y se dedicó por completo al trabajo y al
parecer lo hizo muy bien, al cabo de unos meses, ya era uno de los elementos
indispensables de la firma y no importaba cuanto trabajo le asignaran, el
siempre sabría cómo salir adelante. Al
fin la prosperidad empezaba a tocar a su puerta, ya sentía un gran alivio
económico y estaba cumpliendo una de sus metas; ya no dependía económicamente
de su familia.
Al finalizar su primer año, los jefes
tenían tanta confianza en las habilidades de Martín que le entregaban algunos
de los casos más relevantes de la firma.
Eso era muy bueno para él, pues las comisiones por esos casos eran muy
elevadas y caían muy bien en su cuenta bancaria, tanto así, que se compró su
primer auto, del año y de agencia, con un crédito bancario por supuesto, pero
el banco no le puso ninguna objeción a su solicitud y se la aprobó en tan solo 24
horas.
Mientras la vida de Martín empezaba a
acomodarse, de una manera lenta, pero con paso muy firme; en Armenia, su ciudad
natal, los integrantes de la familia Molina esperan en el aeropuerto la llegada
del avión que trae a Alicia, la hija menor de Salvador Molina, que se
encontraba en Londres estudiando medicina en el King´s College of London y
ahora regresa graduada de médico.
Salvador Molina es un hombre de unos 56
años de edad de estatura normal y contextura fuerte y de muy mal carácter. Después de la muerte de su padre, él es quien
domina y controla a toda la familia. Nadie puede hacer nada sin que él lo sepa.
A su lado se encuentra su esposa Paola,
una mujer de unos 47 años de carácter apacible, piel blanca y contextura
delgada que jamás se opone a los designios de su esposo.
La acompaña Patricia, su hija mayor, una
joven de unos 27 años, alta, piel blanca de cabello castaño y temperamento
resignado igual que el de su madre.
Ambas aprendieron a ser como son, de la
señora María, la difunta madre de Salvador y que también era de carácter resignado.
Nunca contradecía a su esposo ni se oponía a nada.
La señora María murió ya hace algunos
años y Paola acostumbra decir que ahora está mucho mejor, pues la vida que
llevó con el señor José Molina, su suegro, no fue por nada buena.
Durante un momento, mientras esperan,
empiezan a salir los pasajeros por un pasillo arrastrando sus maletas y a la
distancia entre la gente, la señora Paola logra ver a su hija Alicia.
Alicia se fue a estudiar a Londres
cuando era solo una adolescente de 17 años, ahora se ha convertido en toda una
joven mujer de 23 años, blanca, alta delgada, de cabello largo de color marrón
y profesional de la medicina.
—¡Alicia aquí…! —grita Patricia entre la
multitud para hacerse ver por su hermana.
—¡Hola…! —saluda Alicia acercándose a su
familia para abrazarlos a todos uno por uno, después de tanto tiempo separada
de ellos.
—Hija, vamos… —dice el señor Salvador
para romper la emoción del momento —, debemos irnos a casa.
—Si, vamos… en casa me contarás todo lo
que has hecho en este tiempo —dice la señora Paola.
Alicia se abraza a su madre y su hermana
y juntas caminan hacia la salida del aeropuerto siguiendo de cerca al señor
Salvador que va adelante como si no tuviera nada que ver con las mujeres que lo
acompañan.
Ya en la sala de su casa, todos
reunidos, conversan con Alicia y Patricia le pregunta con mucho interés sobre
su vida y sus hazañas en Londres todos esos años mientras estudiaba.
—¿Qué has pensado hacer ahora? —pregunta
Patricia.
—Eso no es problema, ya lo tengo todo
resuelto —dice Salvador antes de que Alicia responda—, ya le conseguí un puesto
en el hospital general y comenzará la próxima semana.
Todas se miran las caras, ninguna está
de acuerdo con lo dicho por Salvador, pero nadie dice nada.
—Salvador, Alicia necesita descansar,
pasar un tiempo con nosotros —se atreve Paola a decir.
—No puede, ya hablé con el doctor
Fuentes y todo está arreglado para que comience —replica Salvador—; además, los
médicos no descansan.
Todas vuelven a mirarse las caras y
permanecen inmutables a los designios de Salvador que ya ha planeado y
dispuesto como será la vida de su hija de ahora en adelante.
A la semana siguiente, tal como lo
dispuso Salvador, Alicia se presenta con el doctor Fuentes, director del
hospital San Juan de Dios y este la recibe con mucha diplomacia.
—Doctora Molina, es un gusto que haya
decidido unirse a nuestro equipo, aquí aprenderá de verdad cómo son y cómo se
manejan los casos clínicos en este y en cualquier otro hospital de este país.
—Gracias doctor, estoy dispuesta a
aprender de los mejores para ganarme el respeto que merezco —dice Alicia.
—Bien, siendo así, la colocaré en el
equipo de emergencia con el doctor Álvarez.
—¿Cuándo tendría que comenzar? —pregunta
Alicia.
—¿Cómo que cuándo? Ahora mismo —dice el
doctor Fuentes—, vaya a Recursos Humanos, luego pase por almacén para que le
entreguen su equipo y cuando esté lista, repórtese con el doctor Álvarez en
emergencia.
—Si señor, ahora mismo lo hago —expresa
Alicia.
De inmediato, haciendo caso a las
instrucciones del doctor Fuentes, Alicia sale de la oficina y se dirige a
Recursos Humanos en donde la estaban esperando para firmar el contrato. Tiempo más tarde pasa por almacén en donde le
entregan su equipo médico y luego de vestirse y dejar sus cosas en los vestidores
se dirige a la emergencia del hospital en donde supuestamente la espera el
doctor Álvarez.
Al llegar a la sala de emergencia,
Alicia pregunta a una de las enfermeras por el doctor Álvarez y esta le señala
hacia una de las camas en donde un hombre mayor, con bata de médico y la ayuda
de una enfermera, atiende a un niño pequeño que fue atacado por el perro de su
vecino y que le causó unas heridas muy delicadas en una de sus manitos, al
punto que ha requerido de algunas suturas.
Alicia se acerca cuidadosamente al
doctor Álvarez tratando de no interrumpirle en su trabajo, pero este al sentir
su presencia no tarda en preguntar:
—¿Qué necesita doctora?
—Soy la doctora Alicia Molina, el doctor
Fuentes me asignó a su equipo de emergencias —explica Alicia.
—Ah sí, creo que ya me lo había
comentado Fuentes —expresa el doctor Álvarez—.
Entonces, no espere una fiesta de bienvenida, no se quede allí parada,
continúe usted suturando a este niño.
—Pero doctor, acabo de incorporarme
—dice Alicia con asombro.
—¿Y qué? No es usted médico. Vamos,
continúe la sutura.
Alicia se pone los guantes y ocupa el
lugar del doctor Álvarez que de inmediato se retira a atender a otro paciente.
Con sumo cuidado, Alicia continúa la
labor del doctor y mientras lo hace, habla con el pequeño y le cuenta sobre su
vida y como era cuando vivía en Londres.
Poco a poco, el niño que estaba muy
nervioso se conecta con Alicia a tal punto que, aunque lo están suturando, se
ríe de las cosas que le cuenta la doctora sobre las razas de perros vio y los
parques zoológicos que visitó. La madre del niño que sintió algo de miedo al
observar el cambio de médico ahora se siente más tranquila al verla trabajar.
El doctor Álvarez la observa
detenidamente desde lejos y al notar que terminó de hacer la sutura, se acerca
para inspeccionar el trabajo realizado.
—Perfecto, muy buen trabajo doctora
—juzga el doctor Álvarez.
—Muchas gracias doctor —agradece Alicia.
—Veo que se la lleva bien con los niños.
Entonces, usted atenderá desde hoy los casos de emergencias pediátricas —concluye
el doctor Álvarez.
Pasado algún tiempo, Alicia ya se había
hecho a la rutina de trabajar con niños y ningún caso que llegara le parecía
extraño y lo atendía con mucha destreza y rapidez.
Unos meses más tarde, durante una mañana
tranquila en la emergencia, el doctor Álvarez conversa con Alicia.
—Alicia, ¿Qué has pensado hacer con tu
profesión?
—¿A qué se refiere doctor? —pregunta
Alicia.
—Imagino que no pensarás quedarte siendo
una doctorcita de emergencias toda la vida.
—No he tenido tiempo de pensar sobre eso
aun —dice Alicia.
—Si me lo permites, te haré una
recomendación —expresa el doctor Álvarez.
—Por supuesto doctor, hable con
confianza.
—Especialízate en pediatría, he visto
estos meses lo bien que te la llevas con los niños y lo mucho que has
aprendido.
—No lo sé doctor, no sé qué decirle.
—Mira, tengo muy buenos contactos en
Medellín, yo podría recomendarte para la especialización y en poco tiempo
serías una excelente pediatra, te lo aseguro.
—¿Usted cree doctor?
—Por supuesto, permíteme que te haga los
contactos y lo prepare todo para que te vayas a estudiar.
—Bueno, como usted diga —Acepta Alicia.
Unas dos semanas más tarde, cuando
Alicia pensaba que el doctor Álvarez había olvidado el tema, este llega una
tarde muy contento a la emergencia.
—Alicia, ya todo está listo, te están
esperando en el Hospital General de Medellín para que inicies tu
especialización en pediatría.
—Doctor, creí que usted había olvidado
el tema.
—¿Olvidarlo? Y perder la oportunidad de colaborar
con la medicina dándole la oportunidad de formar a una nueva y excelente
pediatra. Eso nunca —dice el doctor Álvarez.
—¿Y qué debo hacer ahora? —pregunta
Alicia.
—¿Qué vas a hacer? Debes irte a
Medellín.
—¿Y cuándo debo irme?
—Ahora mismo si es posible, el curso ya
inició y logré que te incluyeran.
—¿Debo irme ahora? —insiste Alicia que
aún no puede creerlo.
—Por supuesto, ¿qué esperas? Vete de
aquí ahora y arregla tus cosas para que puedas viajar mañana mismo.
—Está bien, iré a comunicar mi retiro.
—Toma este sobre —dice el doctor,
entregando un sobre cerrado a Alicia—, dentro están todas las instrucciones
necesarias para cuando llegues a Medellín, una carta de recomendación y una
carta de presentación dirigida a mi amigo el doctor Fulton.
—Gracias doctor, no lo olvidaré nunca
—expresa Alicia abrazando al viejo doctor Álvarez.
—No me lo agradezcas, solo haz lo que
sabes hacer. Se la mejor.
Alicia sale de la sala de emergencias
rápidamente y se dirige a Recursos Humanos para notificar su retiro del
hospital y unas horas más tarde se encuentra en su casa reunida con su familia
para darles la noticia.
—Debo irme mañana a las 10:00 de la
mañana —informa Alicia.
El señor Salvador, escucha lo dicho por
su hija y no lo recibe con agrado, lo considera una falta de respeto a su
autoridad, por eso expresa su opinión.
—Pensé que ya habíamos establecido que
te quedarías trabajando en el hospital con el doctor Fuentes.
—Lo siento papá, siempre te he obedecido
en todo lo que decides para mí, pero ahora quiero hacer lo que me gusta y lo
que quiero. No estoy pasando por encima
de tu autoridad, pero ya es hora de que me dejes volar sola.
La madre de Alicia, la señora Paola,
entiende que ella lo que quiere es alejarse del estricto control de su padre y
aunque eso signifique que se alejará de ella, la apoya completamente en su
decisión.
—Salvador, ella tiene razón, ya no es
una niña, debes dejar que haga y estudie lo que le gusta.
—Lo sé, es solo que pensé que desde
ahora mi familia estaría toda junta —expresa Salvador.
—Pero papá, no me voy tan lejos, estaré
a solo unas horas de aquí, anteriormente estaba más lejos —explica Alicia.
Así continúa la reunión en casa de los
Molina, hasta avanzada la noche cuando todos se van a descansar.
Por la mañana muy temprano, Alicia se
levanta y después de vestirse, arregla sus cosas y coloca su equipaje en la
puerta para despedirse de su madre y su hermana, mientras espera a que su padre
saque el auto para llevarla al aeropuerto.
Algún tiempo más tarde, luego de las despedidas,
los abrazos y las lágrimas de su madre y su hermana, Alicia ha llegado al
aeropuerto en compañía de su padre que ahora, luego de haberse despedido de
ella, espera a que el avión que la lleva parta para él poder regresar a su
casa.
Finalmente, poco después de las 10:00 de
la mañana, el avión que traslada a Alicia se desplaza suavemente entre las
nubes con destino a la ciudad de Medellín.
En la mente, Alicia solo lleva la idea de que estará sola y le espera
una nueva vida de la que no sabe nada, pero su deseo de liberación y superación
la gobiernan por sobre cualquier otro inconveniente.
Durante el viaje, Alicia aprovecha para
abrir el sobre que le entregó el doctor Álvarez y dentro encuentra, tal como él
le mencionó, las cartas de presentación y recomendación y los nombres de las
personas con las que tiene que hablar al llegar al hospital, así como la
dirección de la residencia para médicos a donde deberá dirigirse al llegar.
Todo está planeado. Definitivamente su
vida está al parecer destinada a ser planeada por otros, pero eso debe cambiar,
ella está dispuesta a hacer que de ahora en adelante su vida sea la que ella
misma decida.
* * * * *