Daniela - Capítulo 1
CAPÍTULO 1
LA ANGUSTIA DE DANIELA
Son las 7:00 de la mañana en la colorida
y alegre ciudad de Cartagena de Indias en Colombia. En la calle de las Damas, una calle donde todavía
se mantiene el estilo colonial en sus casas, pintadas con colores muy alegres y
llamativos, donde todas poseen balcones y los mantienen decorados con flores,
hay una pequeña casa de color amarillo con el balcón blanco, en donde vive la
familia Torres. El señor José Torres,
hombre humilde y muy trabajador que después de una mala inversión en el negocio
familiar, se vio obligado a entregarlo al banco para saldar sus deudas y desde
entonces trabaja como vigilante nocturno del patio de máquinas de la que una
vez fue su empresa constructora. La
señora Cristina Torres, mujer sencilla y muy trabajadora, conocida por todos en
la calle por sus famosas tortas que hornea por encargo y vende para ayudar a su
esposo con los gastos de la casa.
Daniela Torres, una joven muchacha de veintiocho años de edad, de piel
blanca, de muy buena estatura, de cabello largo de color negro, hermosos ojos
marrones y un cuerpo escultural como de miss, es la hija mayor de los Torres,
que se vio obligada hace varios años a abandonar sus estudios de Administración
de Empresas para ponerse a trabajar y ayudar a sus padres con los gastos. Celina Torres, la menor de las dos hermanas,
una jovencita de dieciséis años, muy linda, de cabello largo negro, como su
hermana, que está por graduarse de bachiller y espera ingresar a la universidad
para estudiar medicina. Se han visto
recortados económicamente por varios años, pero entre todos han logrado salvar
las adversidades y seguir adelante con sus vidas.
Justo en este momento, el señor José
Torres viene llegando a la casa de su trabajo y se acerca a la puerta al tiempo
que esta se abre y sale por ella Daniela que al verlo en la acera lo saluda
cariñosamente.
—Hola papá, buenos días.
—Buenos días hija. ¿Ya te vas al
trabajo? —dice el señor José.
—Si. Écheme la bendición —pide Daniela.
—Que Dios me la bendiga y proteja mucho —dice
el señor José haciendo un gesto con su mano en señal de la cruz al tiempo que
la abraza y le da un beso cariñoso en la frente.
—Gracias papá, nos vemos en la noche —dice
Daniela para luego alejarse de la casa caminando rápidamente.
Daniela va vestida como todos los días,
con una falda de color azul oscuro y un saco del mismo color, por dentro lleva
una blusa blanca con un lazo en el cuello en forma de una pequeña corbata. Es el uniforme del personal administrativo
de la empresa Servicios Maneiro, S.A., en donde trabaja desde hace varios años
como asistente contable.
La ciudad ha empezado a despertar y el
ruido de los vehículos invade el ambiente. Los comercios han empezado a abrir
sus puertas y los dueños, mientras levantan las puertas, se saludan
cordialmente entre ellos. El sol aún
está frio, pero lo suficientemente brillante como para iluminar con alegría las
calles de la ciudad. Daniela mientras camina hacia la parada del autobús en la
Avenida Venezuela, atraviesa varias calles muy concurridas y como es costumbre
en ella, va saludando a las personas del vecindario que diariamente la observan
pasar hacia su trabajo y con las que luego de tanto tiempo viviendo en la zona
ha logrado entablar cierta amistad.
Al llegar a la parada, observa que como
todos los días hay un grupo de personas esperando el autobús y sin mediar
palabra alguna toma su lugar en la fila.
Daniela mira con preocupación su reloj.
Nunca ha llegado tarde a su trabajo, pero el autobús está retrasado y
pudiera ser que esta fuera la primera vez.
Son las 8:20 de la mañana y el recorrido hasta las oficinas de la
empresa es de media hora. Si el autobús
sigue retrasado, sin duda llegará tarde.
De repente, de la nada, a lo lejos se
divisa el autobús de la ruta que viene acercándose hasta detenerse en la
parada. Rápidamente todas las personas
que allí se encontraban lo abordan en fila sin dilación y lo mismo hace
Daniela. El autobús reinicia su ruta y
se va deteniendo cada cierta distancia, de parada en parada, para dejar
pasajeros y cargar otros en su trayecto a través de la Avenida Venezuela y
Calle 32. Exactamente 30 minutos después
se detiene en la parada de la Carrera 31.
Daniela desciende del autobús y emprende la marcha de cinco cuadras
hacia la Calle 31D, en donde está ubicado el edificio de la empresa y las
oficinas administrativas.
Son exactamente las 9:00 de la mañana
cuando Daniela luego de subir por las escaleras, entra a su lugar de trabajo,
una oficina relativamente amplia, con dos escritorios, un gran número de
archivadores y muchos estantes para carpetas y libros contables. Al sentarse en
su silla, nota que su escritorio como siempre está lleno de papeles y carpetas
que su jefe le coloca todos los días para que revise y procese. A veces piensa que lo hace expresamente para
fatigarla y ver hasta donde aguanta, pero luego lo piensa mejor y recuerda que con
frecuencia le hace lo mismo a la otra joven, Olga Freites, su compañera de
trabajo, quien justo en este momento viene entrando a la oficina con una taza
de café en las manos. Olga es una joven
de rasgos asiáticos, de piel muy blanca, delgada, de cabello corto de color
negro, que usa unos lentes de pasta todo el tiempo y que llegó a la empresa
mucho tiempo después que Daniela.
—Buenos días Daniela. ¿Cómo estás hoy? —saluda
Olga al verla.
—Buenos días Olga —responde Daniela con
una sonrisa—. Todo está bien, gracias.
—Acaban de hacer el café, aprovecha que aún
está caliente.
—Gracias. En un momento voy.
Daniela, como todos los días, empieza a
abrir las carpetas y revisar su contenido para de inmediato ingresar los datos
al sistema de contabilidad. Olga, en su
escritorio, que también tiene un lote de carpetas pendientes, hace lo
mismo.
Durante toda la mañana, ambas jóvenes
han procesado la información contenida en las carpetas sin demora. Ya a las 12:30 del mediodía ambas jóvenes se
disponen a bajar al segundo piso, donde está ubicado el comedor de la empresa
para almorzar cuando entra en la oficina el licenciado Pedro Orosco, el jefe
del departamento de contabilidad, a quien todos le dicen licenciado Orosco, un
hombre de piel morena, alto, de lentes adaptados, cabello negro muy engomado,
pudiera decirse que exageradamente y se acerca a Daniela.
—Daniela... ¿Ya te vas a almorzar? —pregunta
el licenciado Orosco.
—Si señor —responde rápidamente Daniela—,
¿Necesitaba algo?
—Necesito hablar con usted —dice el
licenciado Orosco—, puede ser cuando regrese.
—Está bien señor, al regresar lo busco
en su oficina.
El licenciado Orosco se retira de la
oficina y las jóvenes aprovechan para bajar hasta el comedor de la empresa para
almorzar y hacer uso de su tiempo de descanso.
Al terminar el almuerzo, los empleados empiezan a retirarse del comedor
y las dos jóvenes también regresan a su oficina para retomar su trabajo, pero
al llegar, cuando Daniela está por sentarse frente a su escritorio:
—Daniela, recuerda que el licenciado
Orosco quería hablar contigo —recuerda Olga.
—¡Cierto…! —reconoce Daniela—, déjame ir
a ver que necesita.
Dicho eso, sale al pasillo y toma rumbo
a la oficina del licenciado Orosco. Al
llegar a su puerta, toca suavemente y desde adentro se escucha una voz que
dice:
—¡Pase...!
Daniela abre la puerta e ingresa a la
oficina. Se trata de una oficina muy
espaciosa, con un gran escritorio, un ventanal del tipo panorámico con vista a
la calle que da mucha iluminación al área, un pequeño juego de recibo de tres
sillas muy cómodas y una pequeña mesa de centro en donde el licenciado Orosco
acostumbra realizar sus reuniones. En el
fondo, tras el escritorio hay una biblioteca de madera de caoba con varias
colecciones de libros que desde lejos se nota que no han sido abiertos nunca y
unos marcos de fotografía junto a unas medallas y unos trofeos ganados por el
equipo de bolos de la empresa del cual él es el capitán. Daniela camina hacia el escritorio y se
detiene frente a él, de inmediato el licenciado Orosco la mira fijamente con
detalle y le dice:
—Por favor Daniela, tome asiento —señalando
hacia el pequeño recibo y al mismo tiempo, se levanta de su silla y se dirige a
sentarse dando un rodeo innecesario por detrás de Daniela para terminar en la
otra silla de visitantes que está frente a ella.
—Daniela, usted es una empleada
excepcional, muy inteligente y responsable —inicia la conversación el
licenciado—. Ya debe haberse dado cuenta que la empresa, en este último año ha
tenido muchas pérdidas y los dueños me han solicitado que haga un análisis de
los cargos que puedan ser cesados, a fin de disminuir razonablemente la nómina
de empleados.
—Sí señor —dice Daniela—, pero, ¿Qué
trata usted de decirme?
—No trato de decirte nada que tú no
sepas ya. En este momento la empresa
atraviesa una situación económica delicada y todos los cargos deberán ser
revisados —explica el licenciado Orosco.
—Señor, ¿Acaso trata de decirme que me
va a despedir? —pregunta preocupada Daniela.
—No, hasta ahora no estoy seguro de
cuáles serán los cargos que dejaré cesantes, pero es indudable que tu puesto,
al igual que muchos otros, está en riesgo.
—Señor, usted no puede hacerme eso —dice
Daniela—, en este momento es cuando más necesito de este trabajo.
—Yo no he dicho que te voy a despedir,
solo dije que estás en riesgo —explica el licenciado—, pero hay una forma en la
que podrías quedar exenta de riesgos y conservar tu trabajo.
—¿Cuál es esa forma, señor? —pregunta
Daniela—, ¿Qué debo hacer? ¿Con quién debo hablar?
El licenciado Orosco se acerca a Daniela
y poniéndole las manos sobre las rodillas de manera muy indebida le dice:
—No tienes que hablar con nadie, tú
sabes que desde que llegaste a esta empresa, yo te he tomado mucho cariño y si
tu quisieras poner un poco más de tu parte, podríamos llegar a ser mucho más
que amigos y tu conservar tu puesto y quizás hasta te dé un ascenso y un
aumento de salario.
Daniela escucha lo que le dice el
licenciado y de forma decidida le retira las manos de sus rodillas al tiempo
que le dice:
—Señor Orosco, no entiendo lo que está
tratando de hacer, pero si está insinuándome que acepte tener una relación con
usted, que sea su amante, para poder mantener mi trabajo, está muy
equivocado. Yo jamás haría eso. Y si
debo perder mi empleo por eso, lo acepto conforme.
Daniela se levanta de la silla y se
dirige a la puerta para abrirla al tiempo que el licenciado le dice:
—Si aceptaras de buena manera mi
ofrecimiento, podría hasta comprarte un apartamento.
—Usted se ha vuelto loco señor Orosco —dice
Daniela.
—Traté de ayudarte, pero tú eres muy
intransigente, ahora tendrás que atenerte a las consecuencias.
Daniela abre la puerta y sale de la
oficina del licenciado con rumbo a la suya, caminando con paso firme y muy
decidida. Al llegar, se sienta en su
silla y pone los codos sobre el escritorio mientras se estruja la cara con las
manos. Olga, que la ha visto llegar le
pregunta:
—¿Qué te ocurre? ¿Qué quería el
licenciado?
—Casi nada, solo avisarme que, si no
acepto ser su amante, me despedirá —dice Daniela.
—¿Cómo así? —pregunta asombrada Olga.
—Pues así, como te lo estoy diciendo —confirma
Daniela.
—¿Pero y de donde saco esa idea?
—Dice que desde que yo llegué a la
empresa él me ha visto con otros ojos.
—¿Se volvió loco? —expresa con asombro
Olga—. Y qué piensas hacer ahora.
—Esperar a que me despida y si no lo
hace yo tendré que retirarme, porque aquí no puedo permanecer más tiempo
después de lo ocurrido.
—Lo siento mucho amiga —comenta Olga
afligida.
Luego de un momento de reflexión, las
dos jóvenes retoman sus labores cotidianas y continúan procesando la
información contable de la empresa. Así,
sin darse cuenta, termina de pasar el día hasta que llegan las 5:00 de la tarde
cuando es la hora de salida y todo el personal empieza a abandonar las
oficinas.
Daniela también se retira de la oficina
y sale del edificio caminando lentamente y mientras se dirige a la parada del
autobús piensa en lo ocurrido y en cómo no se dio cuenta de la situación. Sí, había visto cierta complacencia de parte
del licenciado Orosco hacia ella, pero siempre pensó que era por buena
gente. Nunca se imaginó que tuviera otro
tipo de intenciones con ella y mucho menos para proponerle que fuera su amante.
La situación ocurrida hoy en la oficina,
mantiene tan distraída a Daniela que se ha bajado del autobús de manera
automática y ahora camina por la calle de la moneda, con rumbo a su casa, pero
va tan distraída, que por el camino la saludan los conocidos y ella ni cuenta
se da de ellos. Lleva la cabeza llena de
muchas cosas y ninguna es bonita. Al
llegar a su casa, su mamá, que se encuentra sentada en la sala la ve llegar.
—Hola mija, ¿Cómo te fue hoy? —dice la señora
Cristina.
—Hola mamá, todo está igual que siempre —responde
Daniela con mucho desgano.
—Mija, pero parece como que te hubiera
pasado algo malo.
—Nada malo mamá, solo mucho trabajo, me
voy a mi cuarto a descansar un momento.
Daniela deja a Cristina en la sala y se
dirige a su cuarto en donde al llegar, se tumba en la cama igual que un árbol
alto, cuando lo cortan desde su base.
Allí permanece sin moverse por un buen rato hasta que escucha a su
madre:
—Daniela —grita desde la sala, Cristina—,
aquí está Mariana.
—Dile que pase —responde Daniela.
Al instante, Mariana llega a la
habitación y se acuesta en la cama, a su lado con toda confianza. Mariana García, es una joven de 29 años,
alta, blanca de cabello largo, teñido de color rubio medio, con un cuerpo curvilíneo
que al caminar hace que los hombres la deseen y es de lo que ella saca
provecho. Se crio junto a Daniela desde
niña, asistió a la escuela y al liceo junto a ella y se graduaron juntas de bachiller,
pero luego por necesidad y malas amistades, tomó el camino fácil y desde
entonces se dedica a ser dama de compañía, trabajo que le deja muy buenos
beneficios y le permite tener su propio apartamento, vestirse con ropas de
marca y darse muchos lujos que Daniela, aunque se esfuerce, con su trabajo no
puede darse.
—¿Qué cuentas hoy amiga? —pregunta
Mariana.
—Nada nuevo, solo que me despedirán del
trabajo —dice Daniela.
—¿Cómo así? ¿Y eso por qué?
—La empresa está atravesando un mal
momento y mi jefe me propuso que fuera su amante —dice Daniela.
—¿Qué queee? —expresa Mariana casi a
gritos.
—Así como lo oyes. Como no acepté, me
despedirá.
—Pero ese señor está loco —expresa
Mariana en voz muy alta.
—Shhhh, baja la voz —pide Daniela
haciendo gestos con su mano—, mira que mi mamá no sabe nada, no quiero
preocuparla.
—¿Y qué piensas hacer? —pregunta ahora en
voz baja Mariana.
—No lo sé. Si me despiden, tendré que buscar otro
trabajo.
—Si claro.
En ese momento entra a la habitación,
Celina, la hermana menor de Daniela.
—Hola Mariana —saluda Celina mientras se
sienta en la cama.
—Hola mi niña, ¿Cómo estás? —pregunta
Mariana.
—Estoy como siempre —responde Celina—,
Daniela, ¿Tienes algo de dinero que me des para ir al cine?
—¿Con quién vas al cine? —pregunta
Daniela.
—Vamos varias chicas del liceo.
—Pásame la cartera que está allí —pide
Daniela señalando hacia la cómoda.
Celina le alcanza la cartera y Daniela
abriendo el monedero, le da parte del efectivo que tiene dentro de él.
—Gracias hermanita —dice Celina.
—Recuerda que debes regresar temprano —exige
Daniela.
—No te preocupes, la mamá de una de las
chicas me traerá de regreso.
Celina sale de la habitación y Mariana
aprovecha para levantarse de la cama y decir:
—Bueno, yo debo irme, tengo que
encontrarme con un amigo, pero estaré pendiente de ti amiga.
—Está bien, ten mucho cuidado con esos
amigos tuyos —dice Daniela.
—No te preocupes, se trata de un chico
sano con el que ya he salido otras veces —explica Mariana.
Daniela queda sola en la habitación y
arropándose, aprovecha para sumergirse nuevamente en sus pensamientos que no la
han abandonado en ningún momento.
Al día siguiente, muy temprano en la
mañana, Daniela se alista para irse a su trabajo. Esta mañana al salir a la calle no se cruza
con su padre, quizás por lo temprano que es o porque él se detuvo en algún
sitio a hablar con cualquiera de sus amigos.
Como todos los días, aborda el autobús en la parada de la avenida
Venezuela y recorre la ruta hasta la parada de la Carrera 31. Al llegar a su oficina y sentarse en su
escritorio, nota algo extraño, hoy no hay carpetas sobre su escritorio así que
para hacer algo, va al escritorio de Olga y toma la mitad del lote que tiene
ella sin procesar y empieza a revisar los datos. Mientras lo hace, llega Olga a la oficina.
—Hola Daniela, Buenos días —saluda Olga.
—Hola Olga, tomé unas cuantas carpetas
de las tuyas para ayudarte, espero no te moleste.
—De ninguna manera amiga, así tendré
menos trabajo.
A eso de media mañana, específicamente,
poco más de las 10:00, mientras Daniela trabajaba, ingresa a la oficina el
muchacho de la correspondencia y sin decir nada, le deja un sobre en el
escritorio a Daniela. Ella lo toma, lo
observa y confirma que está dirigido a ella, lo abre para ver su contenido y se
lleva la gran sorpresa. Es una
correspondencia interna oficial del departamento de Recursos Humanos,
notificándole su despido. Daniela luego
de leer el contenido de la correspondencia, la estruja con rabia y la deja
sobre el escritorio. Olga que ha visto
lo ocurrido, se levanta de su silla y se dirige al escritorio de Daniela, toma
la hoja de papel arrugada y la lee:
"Srta. Daniela Torres.
Por medio de la presente se le notifica que desde este momento la
empresa Servicios Maneiro, S.A. ha dejado de requerir de sus servicios, en consecuencia,
se le invita a pasar de manera inmediata por el departamento de RRHH para hacer
efectiva su liquidación de cualquier cantidad que la empresa le adeude por
conceptos laborales."
—Amiga, te han despedido —dice Olga
asombrada.
—Ya se sabía que esto ocurriría —replica
Daniela.
—¿Qué piensas hacer?
—Nada, recoger mis cosas y pasar por
Recursos Humanos buscando mi liquidación.
Con mucho desánimo, Daniela abre una de
las gavetas de su escritorio y saca un sobre de manila grande en el que empieza
a meter su agenda, sus lápices y todas sus pequeñas cosas que durante años
mantuvo en esa oficina. Mientras lo
hace, Olga la observa con tristeza. Al
terminar de recoger sus cosas, se levanta de la silla y se dirige hacia donde
está Olga.
—Bueno Olga, fue un gusto haber
trabajado contigo todos estos años —expresa Daniela con tristeza.
—Ay Daniela, no sabes cómo me duele que
te vayas de esta forma —dice Olga muy afligida.
—Adiós amiga —se despide Daniela
abrazando con cariño a Olga.
Daniela sale al pasillo y se dirige a la
oficina de Recursos Humanos para arreglar su retiro de la empresa. Luego de unos treinta minutos, se encuentra
ya en la calle, caminando sin rumbo y sin trabajo. Por un momento, mientras pasa frente a una
cafetería, se detiene y decide entrar, se sienta frente a una de las mesas y le
pide al mesonero un café negro pequeño.
Mientras lo degusta lentamente, Daniela piensa en las consecuencias que
traerá para la familia la falta de su salario.
Tendrá que buscar otro empleo lo antes posible que le permita seguir
colaborando con los gastos de la casa.
Pero las malas bebidas se toman de un trago. Terminado su café, se levanta de la silla y
emprende camino hacia su casa para contarle a la familia lo ocurrido y ver entre
todos como se hará a partir de ahora.
En la casa, cuando llega, su mamá está
en la cocina y al verla entrar, se sorprende y acercándose a ella le pregunta:
—Mija, ¿Pasó algo? ¿Qué hace usted en la
casa a esta hora?
—Me despidieron mamá —dice Daniela.
—¿Cómo así? ¿Sin avisarle? ¿Qué ocurrió?
¿Hizo algo malo usted?
—No mamá, no hice nada malo y si me
avisaron ayer —comenta Daniela mientras se sienta en una de las sillas de la
cocina.
—¿Ayer? ¿Y por qué usted no me dijo
nada?
—No quise preocuparte, aún no era seguro
que me despidieran.
—¿Pero por qué a usted?
—Lo que pasa es que el licenciado Orosco
me hizo una propuesta y como yo no la acepté me mando despedir como medida de
retaliación —explica Daniela.
—¿Y por qué usted no aceptó? ¿Qué le
propuso el licenciado ese?
—Mamá, no acepté, porque me propuso que
fuera su amante.
—¿Cómo es la cosa? ¿Se volvió loco ese
hombre y no avisó?
—Él dice que siempre le he gustado y que
como la empresa está atravesando por una situación económica mala tienen que
despedir personal pero que si yo quería conservar mi puesto debía aceptar su
oferta y que él hasta me compraría un apartamento y me aumentaría el sueldo —explica
Daniela.
—No. Pues muy bien hecho que usted no
aceptó. Quien dijo que usted es como su amiga Mariana. No señor.
—Mamá, no hables así de Mariana, por
favor —exige Daniela.
—¿Acaso estoy diciendo mentiras? —pregunta
Cristina—, todo el mundo sabe que ella es una prepago.
—Mamá, Mariana es mi mejor amiga. Por
favor.
—Será su amiga y todo lo que usted quiera,
pero se acuesta con cualquiera que le pague —dice enfáticamente Cristina—.
Bueno ya está de Mariana, usted no se preocupe, ya encontrará otro empleo mejor
y mientras tanto saldremos adelante.
—Sí, mamá.
Esa misma noche, Daniela se encuentra en
su habitación, sentada en la cama, revisando los avisos clasificados de empleo
en un periódico local que compró más temprano por la tarde, cuando entra su
amiga Mariana.
—Hola amiga... ¿Qué me cuentas? —pregunta
Mariana.
—Bueno, ahora estoy desempleada y ando
buscando trabajo —comenta Daniela.
—Entonces, te despidió el miserable ese.
—Si. No lo pensó mucho y me mando
liquidar hoy en la mañana.
—¿Y qué tipo de trabajo estás buscando?
—No sé. Por ahora, cualquiera que me
sirva para ayudar con los gastos.
—Si. Y como si estuviera tan fácil encontrar
un buen empleo en este momento.
—Hay algunos que he marcado aquí —dice
Daniela señalando el periódico—, pero son muy lejos y se me haría cuesta arriba
ir y regresar.
—Y seguro que el salario no es muy bueno
también —comenta Mariana.
—Eso es lo otro, dejaría más de la mitad
en transporte.
Las amigas continúan hablando mientras
entra a la habitación Celina y se sienta en la cama al lado de Daniela y la
abraza con cariño.
—¿Qué te ocurre? —pregunta Daniela.
—Ya mamá me contó que te despidieron del
trabajo.
—Pero no te preocupes, eso no te
afectará, te lo prometo —dice con firmeza Daniela.
—No me gusta que tengas que sacrificarte
para que yo estudie, yo podría trabajar también.
—De ninguna manera —dice Daniela—, usted
seguirá estudiando y en diez años, será una gran doctora, para yo poder
sentirme orgullosa de usted.
—¿Y piensas sacrificar toda tu vida por mí?
—pregunta Celina—. Eso no es justo.
—No mi niña —interrumpe Mariana— haga
caso a su hermana y deje que ella se encargue de todo, usted aplíquese y
estudie mucho para que no tenga que hacer lo que yo hago.
—No hables así Mariana —dice Daniela—,
pareciera que lo que haces es algo muy malo.
—Yo te veo que te va muy bien —comenta
Celina.
—Eso es lo que tú ves porque es lo que
aparento —explica Mariana—, pero en realidad no sabes lo que siento cada vez
que me miro al espejo.
—Ay amiga, por favor —expresa Daniela—,
no es para tanto.
—Si lo es. Hace ya más de seis años que
no veo a mi familia, no porque yo no quiera, si no, porque ellos no quieren
saber de mí. En este momento la única
familia que me queda eres tú amiga. Tú que nunca me has criticado ni me has
visto con malos ojos por lo que soy.
—No amiga. Nunca lo haré. Seremos amigas
por siempre.
—Ya. Daniela es tu familia y entonces
¿Qué soy yo? —replica Celina.
—Tú eres mi hermanita menor —dice
jocosamente Mariana mientras abraza a Celina y la besa en la frente.
Las amigas ríen y conversan de todo por
un buen rato hasta que Mariana luego de atender una llamada a su celular y ver la
hora en su reloj decide irse.
—Tengo que irme amigas, el trabajo me
llama.
—Cuídate amiga —dice Daniela.
—Adiós Celina, hazle caso a tu hermana y
no te preocupes por nada, ella se encargará de todo —le dice Mariana.
Ya ha pasado una semana desde que
Daniela fuera despedida de la empresa.
Durante este tiempo ha acudido a varias entrevistas de trabajo y no ha
logrado conseguir nada. Este hecho la
mantiene muy nerviosa y preocupada. El
poco dinero que le dieron por su liquidación y lo poco que ha logrado reunir en
su cuenta bancaria no le alcanzará para mucho.
Por otro lado, a su padre le redujeron las horas de trabajo, por consiguiente,
empezará a ganar mucho menos a partir de este mes.
Por otro lado, se aproxima la graduación
de su hermana Celina y eso implica otros gastos que por ahora no está previsto
como solventarlos. El día de mañana
tendrá otra entrevista en una empresa cuyas oficinas están al otro lado de la
ciudad y el trayecto es de casi una hora en autobús. Daniela espera poder conseguir ese empleo,
así tendría un salario fijo a partir del próximo mes y las cosas se volverían a
encaminar.
Mientras Daniela está en su habitación,
llega el señor Julián Coronado, el casero, un hombre de piel morena, bajo de estatura
y muy gordo que acostumbra usar los pantalones por arriba de la cintura que por
su gordura no se sabe en donde le queda.
EL señor Coronado ha llegado para cobrar la renta de la casa que este
mes se ha juntado con la del mes pasado.
El casero habla con Cristina en la sala y este de una forma muy grosera
le exige el pago de las rentas atrasadas.
—Señora Cristina, hasta ahora he sido
demasiado condescendiente con ustedes —dice el señor Julián.
—Lo se señor, y se le agradece, estamos
atravesando por un momento de contingencia económica que no nos ha permitido
solventar a tiempo la deuda que tenemos con usted —explica Cristina.
—Yo la entiendo, todos hemos tenido
situaciones parecidas a la suya, pero entiéndame, si usted no me paga a tiempo,
yo no puedo entregarles el dinero a los dueños y ellos me reclaman a mí.
Daniela que ha escuchado la
conversación, sale de su habitación y se acerca a su madre sin intervenir.
—Señor Julián, le prometo que en dos
semanas le cancelaré todo lo que le debemos, solo deme dos semanas —pide
Cristina.
—Está bien —dice el señor Julián—,
regresaré a finales de mes, pero si para entonces no me cancelan lo adeudado,
tendré, con mucha pena por el tiempo que nos conocemos, que pedirle el desalojo
de la casa.
—No. No se preocupe, le prometo que
tendrá su dinero —dice Cristina.
El hombre que ya ha dicho lo que quería
se retira de la casa y Daniela abraza a su madre y ambas quedan en la sala
pensativas y muy preocupadas.
—Mamá, ¿Cómo vas a hacer para pagarle
las rentas atrasadas? —pregunta Daniela.
—Tengo un dinerito guardado que he
logrado reunir y lo estaba dejando para un caso de emergencia y considero que
esta es la peor de las emergencias.
—No te preocupes mamá, mañana tendré
otra entrevista y estoy segura que esta vez sí lograré conseguir el empleo.
—Dios te oiga mija.
Ambas, madre e hija se sientan en la
sala a terminar de pasar el mal momento vivido con el casero.
A Daniela se le acaban las opciones,
quedaron en llamarla de varios lugares y más de siete días después, aún está
sin trabajo y los gastos de la casa se han empezado a acumular, su padre dice
que pedirá un préstamo en la empresa.
Daniela está desesperada, va a casa de
su amiga Mariana y le dice que tiene que trabajar, que la enseñe a hacer lo que
ella hace. La amiga se asombra y le advierte que eso no es para ella.
—Daniela, una vez que entras en este
mundo no puedes salirte y pierdes hasta a tu familia —advierte Mariana.
—No me importa, estoy dispuesta a todo
—dice Daniela—, Tengo que hacer algo por mi familia.
Daniela no ha podido olvidar que ella
tuvo que abandonar sus estudios para ayudar a su familia y no quiere que a su
hermana le ocurra lo mismo. Ella quiere
que llegue a ser alguien importante. Por su lado, Mariana, sintiéndose obligada
por lo que escucha de su amiga, acepta y le dice que ella le avisará cuando lo
considere prudente.
* * * * *