El secuestro de Erin - Capítulo 1
CAPÍTULO 1
POR LOS DERECHOS DE LA MUJER
En la ciudad de Los Ángeles, es en donde hace
vida Erin Latiner, una joven y atractiva mujer de tan solo 29 años de edad, que
se desempeña como abogado independiente y acérrima luchadora de los derechos de
la mujer, miembro activo de las organizaciones locales y nacionales reconocidas
por la Organización de las Naciones Unidas y Human Rights Watch.
Desde hace ya varios años, la vida de Erin se
desarrolla en torno a la gran cantidad de casos de abuso en contra de las
mujeres, que a su oficina llegan. En la
actualidad, su caso más importante y el que ocupa toda su atención, es el de
una periodista de nombre Laleh Ahmadi, de origen iraní, crítica de las leyes y
posiciones del gobierno islámico iraní en contra de los derechos de las mujeres,
que luego de múltiples detenciones arbitrarias y amenazas contra su vida, se vio
obligada a abandonar Irán y pedir asilo en los Estados Unidos. Ahora, la periodista, se ha radicado en Los
Ángeles, gracias al apoyo de Erin y algunas organizaciones de defensa de los
derechos de la mujer, que le prestaron apoyo, junto a un periódico regional
para el que Laleh, ha continuado escribiendo artículos en contra del gobierno
iraní y su doctrina.
Luego de un atentado sufrido hace dos meses, por
parte de un grupo de fanáticos musulmanes de origen iraní, Erin decidió ofrecer
su casa para proteger la vida de Laleh Ahmadi, manteniéndola en ella hasta que
la situación se enfríe y el grupo de fanáticos desista de ser posible, de sus
intenciones de hacerle daño.
El día de hoy, debido a la importancia que ha
tomado el último incidente, la vida de Laleh Ahmadi y su caso que es el mismo
que comparten muchas mujeres como ella, se ha hecho sonora entre los miembros
de distintas organizaciones civiles pro derechos de la mujer y entre todas han
logrado patrocinar un evento, en el cual se espera la participación de la
periodista, como una de las principales exponentes de las violaciones a los
derechos de la mujer y en cierta forma uno más de los tantos casos de violación
de derechos humanos y violencia contra la mujer que se conocen gracias a los
medios.
En el apartamento de Erin, en el edificio
Jasper, ubicado en la Gran Avenida de Los Ángeles, ambas mujeres discuten sobre
lo inconveniente de la participación de Laleh en el evento.
—Laleh, insisto en que es muy riesgoso que te
presentes en ese evento hoy —comenta Erin.
—No puedo dejar de asistir, ya di mi palabra
y además yo no acostumbro huir de ese tipo de peligros —expresa Laleh.
—Pero huiste de tu país por culpa de las
amenazas que había contra ti.
—Si, tienes razón, pero fue algo que nunca
debí haber hecho, yo tenía que haberme quedado y enfrentar sin miedo a quienes
me amenazaban.
—¿Quedarte dices? Te habrían matado.
—Si, quizás sí, pero habría sido un ejemplo
para el resto de las mujeres que aceptan sumisas ser maltratadas y explotadas.
—¿Un ejemplo? ¿Cómo podrías ser un ejemplo
estando muerta?
—Amiga Erin, eso es algo que las mujeres de
occidente no podrían entender nunca, pero para nosotras, es preferible morir
que vivir toda una vida de esclavitud y maltrato.
—No puedo creer lo que me dices.
El teléfono suena y Erin acude a atender la
llamada. Se trata de una de las mujeres representantes de las organizaciones
promotoras del evento para avisarle que ya todo está listo y que solo esperan
por la llegada de Laleh.
—Bien Laleh, te están esperando —expresa
Erin.
—¿Serías tan amable de llamarme a un taxi?
—De ninguna manera, yo misma te llevaré al
evento y te esperaré para traer de vuelta al apartamento.
—Bueno, será como tú quieras, pero no estás
obligada a cuidar de mí.
—No estoy cuidándote, es solo que no quiero
que estés sola.
—Y se te agradece amiga.
Ambas mujeres, luego de tomar sus cosas salen
del apartamento y se dirigen al estacionamiento en donde Erin acostumbra
guardar su auto y después de abordarlo, se ponen en marcha hacia Hollywood
Drive, en donde se encuentra el Sheraton Universal Hotel y donde se
desarrollará el evento.
Erin conduce su auto por las avenidas de la
enorme y pintoresca ciudad de las palmeras. A su llegada a las afueras del hotel Sheraton,
Erin observa un gran despliegue policial en los alrededores que por un momento
le impiden acercarse al estacionamiento, pero luego de identificarse en uno de
los puntos de control, los agentes le permiten el paso.
—Lo ves, no creo que pueda pasarme nada hoy —comenta
Laleh.
—Tienes razón, mientras el gobernador esté en
el sitio, no pasará nada.
Las dos mujeres logran ingresar al hotel y al
llegar a la sala de eventos, pueden escuchar parte de lo dicho por el
gobernador en su intervención, en donde hace un recuento de las medidas tomadas
por su administración en favor de las mujeres y explica los alcances de la ley
SB826, promovida por el y que se aplica solo en el estado de California, como
pionero, y que afecta a todas las empresas nacionales y extranjeras que cotizan
en el estado.
El salón se encuentra a reventar, al evento asistieron
finalmente, tanto mujeres afiliadas a las organizaciones, como curiosas y
muchos periodistas de los medios locales y nacionales. Está claro que el éxito del evento se debe a
la presencia de Laleh Ahmadi, quien luego del atentado sufrido dos meses atrás
y frustrado por el FBI, su historia se dio a conocer con más fuerza por los
medios y desde entonces, han querido que participe en programas de radio y
televisión, así como entrevistas especiales por periodistas de la prensa
nacional e internacional que la han contactado.
El gobernador Jonas Whitaker, aun en el
podio, continúa emocionado su intervención y aprovecha para disculparse con
todas las mujeres presentes en el salón, por haberse tardado 20 días en firmar
la ley, admite que por momentos tuvo algunas dudas y que se presentaron
problemas legales muy serios, que quizás conlleven a potenciales fallos en su
futura implementación, pero que aun así ha dado luz verde a la ley que cuenta
con todo su respaldo.
Esta citada ley, según el propio gobernador, obliga
a las empresas de California a tener al menos a una mujer dentro de sus
consejos. La ley plantea en su
exposición de motivos, que en la actualidad, 63 de las 500 empresas cotizadas,
más grandes de Estados Unidos, tienen su sede en California y de esas empresas
solo el 15% tiene mujeres en sus consejos de administración.
El gobernador concluye su intervención,
haciendo un pedido a los empresarios y directores de las grandes y medianas
empresas:
—No esperen a ser sancionados por las
autoridades —dice el gobernador Whitaker—.
Salgan ya de las cavernas y acepten, al igual que lo hice yo, que las mujeres
modernas son tan capaces como los hombres y pueden ocupar cualquier cargo de
importancia dentro de los consejos.
El gobernador culmina su intervención y en el
salón se escucha una fuerte lluvia de aplausos por parte de todos los
presentes, mientras saluda a una de las organizadoras del evento bajo las luces
de los reflectores de la prensa y las cámaras de los periodistas.
Luego de un frenético momento y habiéndose
retirado del podio el gobernador Whitaker, la oradora y directora del evento
toma la palabra para presentar a la más esperada participante:
—Amigas… amigos, señores de la prensa, es
para mí un gran placer poder presentarles a una mujer que, aun con su corta
edad, ha sufrido en carne propia, los vejámenes de una sociedad que apoyada en
el poder del estado y en una interpretación de las creencias religiosas de su
sociedad, se vio obligada a huir y abandonar a su familia, por las constantes
amenazas contra su persona. Es para mí
un honor dejar con ustedes a Laleh Ahmadi —dice la presentadora.
Laleh camina lentamente hacia el podio,
mientras saluda con la mano a las personas congregadas en el salón que la
reciben con un aplauso tan fuerte como el que le dieron al gobernador Whitaker
para despedirlo. Al llegar frente a la
presentadora, esta le sede el micrófono y se retira, para dar espacio a Laleh,
que viste en esta ocasión un vestido multicolor de corte amplio y un pañuelo de
color azul con el que intenta cubrir su cabello, como acostumbran hacer las
mujeres de su país, por obligación y exigencias religiosas.
En el gran salón, los aplausos hacia Laleh no
cesan. Laleh, de pie tras el podio,
espera un momento a que el público se calme para poder hablar, pero los aplausos
se hacen interminables, por eso decide iniciar:
—Gracias, muchas gracias —dice Laleh,
haciendo señas con sus manos para calmar a los presentes—. Por favor...
Poco a poco los presentes se van calmando al
oír la voz de Laleh a través del sistema de audio del salón. La temperatura en el podio, a pesar de haber
aire acondicionado, es muy alta, quizás debido a la gran cantidad de
reflectores que dirigen los periodistas hacia ella, por eso se ve obligada a
retirar de su cabeza el pañuelo que la cubría, colocándolo sobre el podio, delante
de los micrófonos. Esta acción sin
intensión provoca que las mujeres que llenan el salón nuevamente aplaudan
frenéticamente, interpretando el hecho como que Laleh se había despojado
delante de ellas, de una las muchas costumbres a las que están sometidas las
mujeres de su país, sea por cultura o por religión.
—Debo decirles algo muy importante —expresa
Laleh sin dar importancia a lo sucedido—. Cuando abandoné mi país, vine aquí,
un país desconocido totalmente por mí, pero que me acogió y me brindó la ayuda
que necesitaba en el momento más terrible de mi vida. Yo jamás me imaginé que mi vida, la historia
de mi vida, algo que en mi país es tan común entre todas las mujeres, fuera a
ser tan importante para ustedes.
La intervención de Laleh continúa y con sus
palabras, ha logrado calmar las voces de los presentes, que ahora se notan mucho
más interesados en lo que ella les relata.
—todas ustedes han escuchado acerca de la
lucha que adelantan desde hace algunos años, las mujeres de mi país y estoy segura
que al igual que ellas, se indignaron por el vil asesinato cometido por las
llamadas policías de la moral, en contra de una pobre joven mujer kurda, de
nombre Mahsa Amini, quien fuera acusada por la policía, de llevar el velo
islámico mal colocado y que fue brutalmente golpeada hasta dejarla en coma y
provocando su muerte, dos días más tarde en un hospital.
Un silencio repentino se hace en el salón
entre los asistentes al escuchar el nombre de la mujer asesinada y de la que
todos escucharon y leyeron en los periódicos.
—Déjenme
decirles que Mahsa no ha sido la única, ella fue el detonante de la rebeldía de
las mujeres iranies que salimos a protestar a las calles. Yo misma lideraba un grupo, al que pertenecía
una joven tiktoker de 22 años, de nombre Hadis, que fue víctima de la represión
y cuyo único delito fue publicar un video en donde hacía referencia a sus
deseos por un cambio en la conducta de los dirigentes. Su madre contó como su hija fue asesinada de
múltiples disparos en el corazón, el estómago y el cuello, tan solo una hora
después de publicar el video.
Por su parte Erin, que aún se encuentra de
pie en el pasillo que quedó entre las múltiples filas de sillas y la pared del
recinto, que sirve para la rápida circulación de las personas y algunos
periodistas y fotógrafos, espera a que Laleh termine para poder llevarla de
regreso a su apartamento.
De manera imprevista y muy sigilosa, un
hombre que se encontraba entre los fotógrafos, se acerca a Erin y una vez a su
lado se dirige a ella:
—¿Es usted la abogada Erin Latiner? —pregunta
el desconocido.
—Si, soy yo... ¿en qué puedo ayudarle? —responde
Erin.
—Solo tengo un mensaje para usted.
—¿Un mensaje? ¿De quién se trata?
—Eso no es importante —expresa el desconocido—.
Si no quiere tener un lamentable accidente debe dejar de ayudar a esa infiel.
—¿Que trata usted de decirme? ¿Acaso me está
amenazando? —pregunta Erin alterada.
—Señorita abogada, tómelo tal como se lo dije
—insiste el desconocido.
Erin nerviosa por lo ocurrido, se aleja del
hombre e intenta ubicar a uno de los agentes de la policía que se encuentran en
los alrededores del salón. Cuando Erin
regresa con dos de los agentes, el hombre ya ha desaparecido.
—Señorita, si alguien la amenazó es bueno que
acuda a la delegación y ponga la denuncia —expresa uno de los agentes.
—Si, eso es lo que haré. Gracias.
Poco después, Laleh termina su intervención y
los aplausos de los presentes vuelven a irrumpir con fuerza en el gran
salón. Laleh saluda al público presente
mientras se retira del podio para reunirse con Erin que la espera en uno de los
rincones del recinto muy cerca de la puerta.
Erin recibe a Laleh con un fuerte abrazo para
luego tomarla de un brazo y guiarla a las afueras del recinto, de una manera
tan violenta que Laleh no pude evitar preguntar:
—¿Que ocurre Erin? ¿Por qué te comportas de
esa manera?
—Debemos irnos de inmediato de este sitio —expresa
Erin mientras camina.
—No entiendo que ocurre.
—Este sitio no es seguro, mientras estabas en
el podio, un hombre se me acercó y me amenazó.
—¿Te amenazó? ¿Quién te amenazó?
—Un hombre que se estaba haciendo pasar por
fotógrafo, me dijo que si no dejaba de ayudarte, me podría pasar un accidente.
—Debió haber sido algún miembro de una de las
tantas células iraníes que existen en todo occidente.
—Por eso debemos irnos.
—Está bien, pero no te preocupes, confía en
Dios.
—Yo no puedo ser tan confiada como tú.
Ambas mujeres casi corren hacia el sitio en
donde Erin dejó estacionado su auto y abordándolo de manera muy rápida se ponen
en marcha y se alejan del hotel. Poco
después han llegado al apartamento y Erin, un poco más tranquila, decide llamar
al agente del FBI, con el que ha manejado algunos casos anteriormente, para
contarle lo ocurrido.
Mientras tanto, Robert Latiner, el padre de
Erin y dueño de la productora discográfica Swing Records, mantiene una reunión
en la sala de reuniones de su empresa, con su abogado, Abraham Fernández, un
hombre curtido en las leyes, pero con muy pocos escrúpulos a la hora de cumplir
con los encargos de quien le paga.
—Cuéntame Abraham, ¿qué lograste hacer? —pregunta
el señor Latiner.
—Todo está arreglado, no creo que le queden
ganas de volver a molestar con ese caso a tu cliente —expresa el abogado
Fernández.
—Ya era hora de acabar con ese problema,
estaba dañando la reputación de mi cliente.
—Yo lo sé, pero ya no podrá hacer nada.
—Todo esto fue un gravísimo error que te juro
no volveré a cometer.
—Está bien, pero la próxima vez, sabes que
antes de producir, debes investigar muy bien el origen real del material que te
presentan.
—Si, eso lo sé muy bien, pero solo me confié.
El señor Latiner, ha sido el productor y
promotor de muchos artistas del género urbano en los últimos años. Recientemente se vio involucrado en un caso
de violación de derechos de autor con uno de sus más recientes artistas, que de
la noche a la mañana apareció con un nuevo material, de muy buena calidad,
aludiendo que este era completamente original y de su autoría, pero luego de la
producción, al inicio de la promoción, resultó que el supuesto material
original le fue robado a un desconocido autor emergente, que había iniciado el
proceso de registro de autoría y que al verse plagiado decidió acudir a la
prensa para denunciar el hecho causando un gran daño, tanto al artista como a
la productora. De esta situación se
encargó el abogado Abraham Fernández, quien gracias a sus relaciones y a un
pequeño resquicio legal, logró llegar a un arreglo muy poco beneficioso para el
autor.
Robert Latiner se encuentra casado con Olivia
Gibson, una mujer un poco menor que el, con la que tenía un romance desde antes
de que su primera esposa, la madre de Erin, falleciera trágicamente en un
accidente automovilístico cuando ella tenía poco más de seis años.
Robert Latiner y Olivia Gibson tuvieron un
hijo, cinco años menor que Erin, al que llamaron Joe y que durante su época de
estudiante de bachillerato se destacó en el futbol, logrando obtener una beca completa
de la Universidad de Houston, en donde actualmente estudia leyes, mientras
forma parte del equipo de la universidad.
Por su parte Olivia Gibson, esposa de Robert
Latiner desde hace ya varios años, se destaca como dueña de una pequeña cadena
de perfumerías que logró iniciar con la ayuda de su esposo, pero que ha logrado
desarrollar de manera exitosa.
Cuando van a ser las ocho de la noche, tocan
a la puerta del apartamento de Erin, quien acude a abrir de inmediato para
sorprenderse gratamente al ver en la puerta a su novio Jordan Scott, quien trae
consigo un pequeño ramo de rosas que compró en una floristería antes de llegar.
—¡Hola amor! —saluda Jordan al ver a Erin
frente a él.
—¿Flores? ¿Son para mí? —pregunta Erin.
—Pues claro, no pensarás que se las traje a
tu amiga.
Erin toma las flores con sus manos y se las
lleva a la cara para así percibir el suave y característico aroma que
gratamente exhalan las rosas.
—Son muy lindas... gracias —expresa Erin—.
Pero pasa, no te quedes allí.
Jordan Scott es un joven ejecutivo, de unos
32 años, blanco, de muy buena estatura y contextura atlética, muy pro activo,
que trabaja en la productora del señor Latiner y tiene a su cargo la promoción
de varios artistas del momento que le producen excelentes dividendos, tanto a
la empresa como a él mismo.
—¿Cómo estuvo el trabajo hoy? —pregunta Erin.
—Como siempre, resolviendo los entuertos que
otros hacen —responde Jordan que ha llegado ya a la sala en donde se encuentra
Laleh y se dispone a sentarse en uno de los muebles.
—Hola Jordan —saluda Laleh al verlo
acercarse.
—Hola, ¿cómo estuvo el evento?
—Estuvo bien.
—Imagino que solo asistieron mujeres —comenta
Jordan.
—No solo mujeres, también estuvo el
gobernador Whitaker —expresa Erin.
—Entonces disfrutaron de un buen rato.
—No mucho —dice Laleh—. Erin me hizo salir
antes de tiempo del lugar.
—¿Y eso, por qué?
—Se asustó mucho a causa de un fotógrafo que
le dijo algunas cosas —comenta Laleh.
—¿Qué pasó amor? ¿Qué te dijo ese fotógrafo? —pregunta
con interés Jordan.
—Fue algo muy extraño, se me acercó de la
nada y claramente me amenazó diciendo que si continuaba ayudando a Laleh,
podría pasarme un accidente —expresa Erin.
—¿Estás segura que eso fue lo que te dijo?
—Si, por supuesto... yo salí de inmediato y
busqué a la policía, pero cuando llegamos al sitio, el se había retirado ya —explica
Erin.
—Eso sí que no me gusta, deberás tener mucho
cuidado de ahora en adelante —recomienda Jordan.
—Ya le avisé a mi amigo del FBI y me prometió
que investigaría.
—Bueno, los voy a dejar solos para que
conversen, yo me iré a mi habitación —comenta Laleh poniéndose de pie.
—Está bien Laleh, fue un gusto verte —dice
Jordan.
—Para mí también... que pasen buena noche.
Erin y Jordan quedan solos en la pequeña sala
del apartamento, esperando a que Laleh entre a su habitación para poder
conversar sobre las cosas que a ellos les interesa. Erin y Jordan son novios desde hace más de
tres años y hace un tiempo fijaron la fecha de su boda que está muy cerca y
para lo que deben definir algunos detalles en conjunto.
—¿Fuiste a la sastrería? —pregunta Erin.
—No amor, lo siento, tu padre me ha tenido
muy ocupado.
—¿Como es posible? Ya casi llega el día y
debes tener el traje listo.
—Si, lo se amor... te prometo que en esta
semana iré.
—No Jordan, no puedo confiar en que lo harás,
por eso iré por ti a la oficina el próximo viernes e iremos juntos a la
sastrería.
—Muy bien, será como tú quieras.
Al día siguiente, cuando son pasadas las 9:00
de la mañana, el señor Latiner llega al edificio en donde funciona la
productora y se dirige a su oficina, pero al pasar por la recepción, una de las
chicas le informa:
—Buenos días señor Latiner, un mensajero le
dejó este sobre hace un rato —informa la chica.
—Gracias señorita —dice el señor Latiner tomando
el sobre con una de sus manos para continuar su camino hacia su oficina.
Al llegar a su oficina, el señor Latiner es
abordado por su secretaria personal, Patricia White, una joven morena, de
cabello negro rizado, de unos 28 años, amiga íntima y excompañera universitaria
de Erin, la hija del señor Latiner. Como
es su costumbre, Patricia espera la llegada del señor Latiner para reunirse y
hacer de su conocimiento los pendientes de la agenda para el día.
—Señor, debo recordarle que el día de hoy
tiene previsto reunirse con los representantes de la cámara de comercio, para
definir su aporte al evento anual —dice la joven Patricia.
—Está bien, cuando lleguen, pásalos a la sala
de reuniones y me avisas.
—También debe llamar a la gente de Industrias
Whan para presionar por el envío del material que hace falta en los talleres
para la producción de los discos que deben salir antes de fin de año.
—Encárgate tú de eso, háblales en mi nombre y
diles que no estamos dispuestos a aceptar más demoras, que si no pueden cumplir
regularmente con los pedidos, estamos en disposición de buscar un nuevo
proveedor.
—Si señor, ahora mismo les llamo —expresa la
joven que dándose media vuelta sale de la oficina.
Al quedar solo en su oficina, el señor
Latiner aprovecha para buscar en una de las gavetas del escritorio, un abre
cartas que utiliza para rasgar el sobre que poco antes le diera una de las
chicas de la recepción.
El señor Latiner introduce por una de las
esquinas la punta del abrecartas y haciendo un movimiento con su mano derecha,
logra rasgar el sobre para proceder a extraer su contenido. Dentro del sobre hay una hoja de papel
impreso en la que se puede leer perfectamente en letras muy grandes la frase:
«No podrás salirte con la suya, te haré pagar caro lo que me hiciste»
—¿Pero, qué es esto? —exclama el señor
Latiner, mientras revisa el sobre en donde venia la misiva para lograr
encontrar a su remitente, pero el envío fue realizado de manera anónima.
Muy disgustado, estruja la hoja de papel
junto a su sobre y lo tira a la papelera para deshacerse de el, mientras toma
su teléfono para llamar a la recepción:
—Señorita, ¿quién envió el sobre que me
acaban de entregar? —pregunta el señor Latiner.
—No sabría decirle señor, lo trajo un
muchacho del servicio de encomiendas —responde la joven al otro lado de la
línea telefónica.
Muy molesto el señor Latiner cuelga el
teléfono y se levanta de la silla para acercarse a la enorme ventana panorámica
por donde entra la luz del sol que ilumina todos los rincones de la oficina y
que da una sensación de amplitud, haciendo que el lugar parezca mucho más
grande de lo que es.
Allí, ante la vista que ofrece el enorme
ventanal panorámico, permanece por un momento el señor Latiner hasta que la
puerta de la oficina se abre.
—Señor Latiner, los representantes de la
cámara de comercio han llegado y lo esperan en la sala de reuniones como usted
pidió —comunica Patricia la secretaria del señor Latiner.
—Está bien Patricia, muchas gracias, ahora
mismo iré.
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