La heredera, un linaje, una promesa - Capítulo 1
CAPÍTULO 1
SAN JUAN
San Juan, un pueblo que parece detenido en el
tiempo, ubicado entre las montañas que ocultan las costas marinas de las
grandes ciudades. Allí, las costumbres
ancestrales y la religión, privan sobre lo moderno y las tecnologías. La vida cotidiana de los residentes, se
desarrolla entre las dos únicas calles empedradas que lo comprenden y que se
encuentran bordeadas por humildes pero muy bien conservadas casas, todas
pintadas de blanco y en cuyos frentes mantienen sus angostas y muy altas
puertas y ventanas de madera con marcos de colores llamativos, que dan
directamente a la calle al estilo de la época colonial y que parecen haber sido
hechas por la misma persona.
El pueblo debe su nombre a la quebrada de San
Juan, una especie de riachuelo que nace de unos manantiales existentes en la
cima de una de las montañas que componen la cordillera de La Seducción, llamada
así porque vista desde lejos parece formar la silueta de una hermosa mujer
desnuda acostada boca arriba.
Los manantiales de la quebrada de San Juan,
drenan sus aguas a un reservorio en forma de lago que nunca se seca y que dejan
rebosar sus aguas al cauce de la quebrada que baja serpenteando por el costado
de una de las montañas y riega las tierras del valle antes de seguir su camino
hacia el mar.
La muy amplia calle principal del pueblo,
delicadamente empedrada y tradicionalmente decorada por los grandes porrones de
barro que, a falta de jardines en las casas, los habitantes acostumbran colocar
frente a sus casas para exhibir sus plantas florales. Esta calle, recibe el
nombre de «calle Piedad» en honor a una noble anciana que se encargaba de la
parte religiosa en los tiempos antes de que se construyera la iglesia. La calle Piedad se orienta de forma
completamente recta y sin desviaciones, de sur a norte, perpendicular a la
carretera principal que comunica a la capital con el resto de las ciudades del
oriente.
De la misma forma que la calle Piedad; la
segunda calle, un poco más nueva que la principal, recibió el nombre de «calle
Martirio» por ser la calle en donde vivía una mujer de nombre Martirio Núñez,
que llegó a San Juan, poco tiempo después de fundado el pueblo y que era la
dueña de un bar en donde funcionaba un burdel que ella misma regentaba y en
donde acudían la mayoría de los hombres del pueblo para beber y compartir con
las chicas que ella dirigía y acostumbraba traer desde otras ciudades.
Aunque han pasado muchos años y generaciones,
desde que Martirio Núñez muriera y el burdel desapareciera, la calle ha seguido
mantenido su nombre y su reputación, pues en la actualidad, al final de esa
calle, se encuentra instalado un bar en
donde funciona un burdel al estilo de épocas anteriores y cuya única
competencia es un pequeño y muy viejo negocio en donde además del consumo de
alcohol, los hombres del pueblo acostumbran acudir para jugar barajas y dejar
en las mesas el poco dinero que logran conseguir durante la semana.
A mitad de la calle Piedad, existe un desvío
hacia un camino finamente empedrado y bordeado por pequeños muros de piedras
también pintadas de blanco y con pequeñas macetas de plantas florales muy bien
mantenidas que lleva a una suave y hermosa colina en donde se encuentra la
mansión de la familia Medina, una enorme casona al estilo colonial, totalmente
pintada de blanco y que desde siempre ha pertenecido a la familia Medina, los
reales fundadores del pueblo, y que son los dueños de todos los terrenos
agrícolas de la zona del valle y de quien dependían todos los pobladores para
su subsistencia, pues para aquella época, todos los que vivían en San Juan sin
excepción, trabajaban para el señor Raimundo Medina, quien les permitía
construir sus casas a orillas del camino, dentro de los terrenos de su
propiedad como parte de la retribución por su trabajo.
La mansión de los Medina, además de su
residencia, es la entrada obligatoria a la enorme plantación de café que da
vida a toda la región desde tiempos atrás cuando el señor Raimundo Medina
decidió sembrar gran parte de sus terrenos con una variedad de plantas de café
llamada «Coffea Canephora» a la que se le conoce popularmente como «robusta» y
que él mismo, luego de un gran estudio de la tierra y el ambiente, trajo desde
el occidente africano.
Las plantas de robusta se diferencian de las
otras especies de café por su baja estatura y su gran resistencia a los climas
calurosos y a la famosa y muy conocida plaga del café denominada «roya» y que
puede acabar en muy poco tiempo con toda una plantación si se le descuida y no
se trata a tiempo.
En un principio el señor Raimundo experimentó
con dos de las variedades de café robusta, la «Conilón» y la «Kuoilloi», pero
en pocos años pudo observar que la que mejor se adaptaba a las características
del terreno del valle de San Juan era la variedad Conilón, por eso decidió
invertir todo su esfuerzo en la siembra de esta especie.
Hoy en día, la plantación cuenta con una
siembra renovada de 6.000 plantas adultas de robusta Conilón por hectárea, a
las que logran cultivar cuatro veces al año para obtener una producción de poco
menos de un kilo de cerezas de café por planta que son almacenados y procesados
en los galpones de la planta que trabaja las 24 horas del día, los siete días
de la semana e impregna el aire de todo el valle con los agradables olores del
café tostado.
Luego de varias generaciones, los únicos
habitantes de la mansión es la descendiente de Emma Medina, una tátara
tataranieta del señor Raimundo Medina, que por esos devenires de la vida
terminó por perder el apellido Medina y adquiriendo el de su esposo, Diego
Alonso, un español recién llegado, del que se enamoró y con el que se casó a
pesar de la férrea oposición de su familia por su expresa apatía a la siembra
del café y su marcada preferencia al vino de uvas en donde invirtió una enorme
cantidad de dinero de la herencia de los Medina sin lograr conseguir cosechar
nada. Por ese motivo, luego de la
desaparición física de los fundadores originales, la responsabilidad de la
dirección de la plantación recayó sobre Emma que, debido a la apatía de su
esposo debió luchar sola para mantener el legado de su familia.
Emma Medina y Diego Alonso tuvieron una sola
hija, a la que llamaron Laura.
Consciente de que algún día ella sería la encargada de mantener vigente
el legado de la familia Medina; Emma se dedicó a enseñarle desde muy pequeña
todo lo relacionado con la producción de café, a tal punto que cuando era una
adolescente ya estaba en plena capacidad de dirigir sola la plantación, aun
cuando la rebeldía de su edad la hacía pensar siempre en abandonar San Juan y
todo lo que representaba para viajar a la capital y estudiar.
A pesar de toda su historia, la vida en San
Juan ha seguido su curso normal. Aunque los tiempos hayan cambiado y ya nadie
trabaje para los Medina.
Laura Alonso, la hija de Emma Medina, la
heredera de todas las propiedades; se ha convertido ahora en una hermosa mujer,
de unos 35 años que, haciendo honor a la tradición de la familia, se vio
obligada a olvidar sus deseos juveniles y cumplir con la promesa que le hizo a
su madre de permanecer en San Juan y velar por el bienestar de la plantación y
las necesidades del pueblo y su gente.
Desde muy joven, habiendo muerto su madre de
un cáncer muy agresivo que la consumió en muy poco tiempo y luego de la trágica
muerte de su padre, en un accidente de carretera cuando regresaba de la capital
y no habiendo más descendencia que ella; Laura Alonso, que desde pequeña quiso
irse a la ciudad para estudiar e ingresar a la universidad y estudiar leyes,
debió hacerse cargo de la plantación y por ese motivo, a pesar de saber que la
plantación es su herencia y su sustento, culpa al pueblo y a su gente por su
frustración y se ha convertido en una mujer amargada con la que nadie tiene
trato alguno desde hace varios años y que trata por todos los medios de
desentenderse de las operaciones de la plantación de café, dejando todo en
manos de su administrador y el capataz.
Debido al sentimiento de frustración que
mantiene Laura Alonso, desde tiempos atrás y el rencor que siente hacia el
pueblo y su gente, ha decidido no contratar para las cosecha a las personas del
pueblo y para ello usa personal foráneo que su capataz se encarga de conseguir
y trasladar desde otros pueblos cercanos.
La economía es algo elemental en cualquier
sociedad y en San Juan, se ha visto muy afectada desde hace algunos años; por
eso en la actualidad se sostiene en gran parte gracias a los visitantes que se
desvían de la carretera principal para descansar un poco del largo viaje,
cuando se dirigen a las playa de la costa.
Mientras descansan, aprovechan para conocer el pueblo y disfrutan de un
buen almuerzo en La Fonda; un lugar en
donde su dueña, la señora Belén Álvarez y sus dos hijas, se han hecho casi
famosas por el sustancioso y muy solicitado sancocho de cruzado, que por demás,
venden a un precio muy solidario. Este
sancocho es una especie de sopa hecha a leña, a la que se le agrega, además de
pollo o gallina, pedazos de carne de res, que junto a las verduras que lo
complementan y las hierbas que utiliza, hacen que todo aquel que lo consuma,
quede completamente satisfecho y sin ánimos de hacer otra cosa más que
descansar.
Para los visitantes y los habitantes del
pueblo, todo lo necesario se encuentra en los pocos negocios que hacen vida en
las únicas dos calles y que han sido creados por los residentes a medida que se
les han ido dando las necesidades económicas y las oportunidades.
Al comienzo de la calle Piedad se encuentran
la mayoría de los puntos importantes y de referencia histórica de San
Juan. Podemos encontrar, casi en la
entrada del pueblo, la única plaza, a la que nunca le han puesto un nombre y
que sirve de redoma de interconexión entre las dos calles que componen el
pueblo. Frente a la plaza se encuentra
la pequeña pero muy bien mantenida iglesia de Nuestra señora del Socorro, que a
su vez se encuentra al lado de la escuela, en donde los chicos del pueblo
pueden estudiar desde la primaria hasta el bachillerato y que se mantiene a
cargo del párroco de la iglesia, que funge como director y se encarga de
regular de forma implacable el comportamiento de todos los chicos del pueblo.
La alcaldía, recién instituida, también se
encuentra ubicada en una pequeña casa frente a la plaza, y a su lado la pequeña
biblioteca pública que también funciona como museo del pueblo, mostrando fotografías
y fragmentos históricos coloniales que datan desde su fundación.
Justo al frente de la fonda, solo cruzando la
calle, está la heladería de la señora Rosa Torres, que atiende desde una
ventana de su casa y que a pesar de ser algo muy rudimentario, gracias al
turismo gastronómico que provoca la fonda del pueblo, esta heladería tiene muy
buenas ventas y también es muy conocida y nombrada por la gran cantidad de
sabores tradicionales y propios con los que Rosa hace las mezclas para sus
helados.
La bodega del pueblo, lugar casi de visita
obligada para todos; residentes o visitantes, es atendida por su dueño Héctor
Fuentes, que la heredó de su padre y este a su vez del suyo, que también la
heredó del suyo. Es un negocio que ha mantenido su nombre por generaciones. Se
encarga desde siempre de suministrar todo lo relacionado con comestibles; se
surte de las cosechas de los pequeños agricultores locales y de un viejo camión
que lo visita una vez al mes y le deja todo lo que le hace falta y que trae
desde la ciudad más cercana ubicada a más de 200 km. Esta bodega, ubicada en la mitad de la calle
Piedad, aún mantiene su estructura de siempre.
Tiene un gran mostrador de madera vieja y muy curtida por el tiempo en donde
el señor Héctor se mantiene por costumbre, recostado tras él y delante de una
serie de estanterías en donde exhibe la mercancía, esperando a que los pocos
habitantes del pueblo, entren a la bodega a comprar algo, que por lo general
termina siendo «un fiado» que el señor Héctor anota en un cuaderno, a la espera
de que en algún momento el vecino deudor cancele o abone algo a la cuenta.
El ambiente de San Juan, es de mucha
tranquilidad, mientras el clima seco y caluroso de gran parte del año, hacen su
parte. El viento sopla por lo general a
lo largo de las calles trayendo consigo nubes de fino polvo que terminan por depositarse
sobre las angostas aceras y en los marcos de las altas puertas y ventanas de
todas las casas y que sus habitantes limpian incansablemente con unas pequeñas
escobas de mano hechas de forma artesanal, para evitar su excesiva acumulación
a la espera de que las lluvias terminen de hacer su trabajo.
A pesar de ser un pueblo tranquilo, desde el
mismo instante de la instalación de la alcaldía, como parte de las promesas
realizadas por el actual alcalde en su campaña, San Juan cuenta con una
delegación de policía, en la que permanecen para proteger a los habitantes del
pueblo, un comisario, cuatro agentes y una patrulla, enviados desde la
comandancia general de la ciudad de Soledad.
En las calles de San Juan, sabiendo buscar
bien, se pueden encontrar costureras, albañiles, plomeros y uno que otro
pequeño negocio que con el tiempo se han ido estableciendo en las casas de sus
habitantes y que contribuyen a dar vida al pueblo.
Aun cuando todo aparenta estar en calma en
San Juan, todos los días del año ocurre algo nuevo. Precisamente hoy cuando van a ser las once de
la noche y la penumbra invade toda la calle Martirio, débilmente iluminada por
los pobres bombillos colocados en los pocos postes del alumbrado público, una
mujer vestida con bata de casa y con un paño sobre sus hombros, se detiene en
medio de la calle frente a la puerta del bar de Olga, en donde se puede
escuchar la música y las risas de las mujeres de la vida alegre que allí
conviven. La mujer de poco más de unos
50 años va armada de un grueso palo que blande amenazante al tiempo que grita:
—Juan Carlos... sé que estás allí dentro...
quiero que salgas inmediatamente y regreses a la casa conmigo.
Se trata de la esposa de Juan Carlos Ortega,
que grita insistentemente, visiblemente molesta sin obtener respuesta,
provocando que a pesar de la hora, los vecinos salgan a las puertas y algunos se
asomen por las ventanas de sus casas intrigados por los gritos de la
mujer. Una de las vecinas que no pierde
tiempo en asomarse para averiguar lo que ocurre es Luisa López, una conocida
mujer de poco más de 60 años, que vive sola en una de las casas de la calle de
Martirio, muy cerca del bar de la señora Olga, y que tiene la costumbre de
permanecer muchas horas de la noche, mirando tras la cortina de una de las
ventanas de su casa hacia la entrada del bar, para saber quién entra y quien
sale, solo con la finalidad de poder comentarlo al día siguiente. Luisa muy reconocida por todos en el pueblo
por ser una ferviente creyente de Dios y asidua visitante de la iglesia,
también es muy conocida por los chismes que hace rodar por todo el pueblo sin
medir las consecuencias y que en ocasiones termina por crear muchas discordias.
—Juan Carlos, sal de una vez —vuelve a gritar
la mujer.
Dentro del burdel, todos se han puesto a
resguardo alejándose de la puerta y la señora Olga, la dueña del local le exige
a Juan Carlos que salga de una vez y enfrente a su mujer para evitar que ella
entre y ocasione males mayores, pero éste, temeroso de lo que pueda hacer su
mujer al verla armada con el palo que blande en su mano derecha no accede a
salir.
—Si no sales, entraré por ti y verás de lo
que soy capaz —amenaza la mujer.
—Está bien mujer, voy a salir —grita desde
dentro del burdel Juan Carlos que ya no aguanta más las presiones de todos los
presentes en el local.
—Entonces, sal de una vez —exige la mujer.
Desde la ventana de la sala, Luisa observa
todo el espectáculo sin perder detalles, ella conoce muy bien a la mujer y sabe
que algo puede ocurrir.
Luego de un momento de duda, Juan Carlos sale
a la calle y se reúne con su mujer que al verlo, sin mediar palabras empieza a
golpearlo por la cabeza con el palo, haciendo que el pobre hombre deba correr
por el medio de la calle mientras ella le persigue de igual forma gritándole
obscenidades.
—Si... corre sinvergüenza, cuando llegue a la
casa verás lo que voy a hacer contigo... no te volverán a dar ganas de reunirte
con esas putas otra vez.
—Pero mujer, yo no estaba haciendo nada malo —se
excusa Juan Carlos desde lejos.
—Segura estoy de que no estabas rezando, sinvergüenza
—continúa gritando la mujer que por momentos corre tras él por el medio de la
calle.
Una media hora más tarde, luego del
incidente, la tranquilidad regresa a la calle Martirio y los vecinos poco a
poco entran a sus casa y cierran las puertas y ventanas para dejar que la noche
siga su curso y dar paso a la llegada de un nuevo día.
Por lo general, como ocurre en cualquier
pueblo, la bodega y la barbería son los sitios preferidos para reunirse a
cualquier hora del día e intercambiar comentarios y chismes entre los
habitantes, pues allí es donde acostumbran acudir las conocidas chismosas del pueblo
para hablar mal de todo el mundo, sobre todo de las mujeres que tienen la mala
suerte de estar solas por haber perdido a sus maridos.
A la bodega del pueblo, también acostumbran
asistir los no tan ancianos para reunirse y jugar un poco de damas o dominó,
sentados en unas viejas sillas de madera y cuero, alrededor de una pequeña mesa
cuadrada que el señor Héctor mantiene a un lado de la entrada y que, en
ocasiones, ellos mismos sacan a la acera para no molestar en el negocio o en
las temporadas de mucho calor, aprovechar un poco de la brisa que circula por
la calle.
En este preciso momento, cuando se aproxima
la media mañana, se encuentran sentados en las sillas, desde muy temprano, José
Salas y Marco Torres, el marido de la señora Rosa, la dueña de la heladería del
pueblo. Ellos son dos de los mayores que
frecuentan la bodega de Héctor y esperan a que él termine de atender a unas
clientas, para poder continuar la conversación que mantenían antes de que ellas
llegaran.
Mientras los hombres conversan animadamente,
llega a la bodega la señora Luisa, que la noche anterior presenció el
espectáculo dado en plena calle por Juan Carlos y su esposa.
—Buenos días Héctor —dice la señora Luisa al
acercarse al mostrador.
—Buenos días, ¿qué necesita hoy, señora
Luisa? —pregunta Héctor que poco antes había terminado de atender a las otras
dos señoras.
—Dame una botella de salsa de tomate y dos
latas de sardinas, por favor.
—Aquí tiene, señora Luisa —dice Héctor
colocando lo pedido sobre el mostrador—. ¿Dígame, lo va a cancelar o se lo
anoto en su cuenta?
—Por favor, anótalo en mi cuenta porque me
vine sin dinero —se excusa la mujer.
Luisa, espera pacientemente a que Héctor
anote lo adeudado en su cuaderno y luego toma las cosas del mostrador y se
dirige a la puerta, pero antes de salir se detiene frente a los hombres de la
mesa para decir:
—Es posible que hoy no puedan ver a su amigo
Juan Carlos.
—¿Por qué lo dice, señora Luisa? —pregunta
con interés el señor José desde la mesa.
—Ayer cerca de la medianoche estaba en el bar
de Olga y llegó María, su mujer a buscarlo y tuvieron una discusión fortísima,
donde María se lo llevó para su casa mientras le daba con un machete por todas
partes —cuenta la mujer.
—Que lamentable —expresa Marco a lo dicho por
la mujer que luego de terminar de contar de forma alterada lo ocurrido; sin
más, se marchó de la bodega.
Los hombres por su parte quedan comentando lo
ocurrido a su amigo, mientras Héctor opina en voz alta desde el mostrador:
—La señora Luisa no cambiará nunca, ¿alguno
de ustedes le preguntó por Juan Carlos?
—Ella no necesita que nadie le pregunte, ella
es como un periódico, debe dar la noticia, si o si —comenta el señor José.
En muy poco tiempo, gracias a la señora Luisa
y a las otras chismosas del pueblo, lo ocurrido la noche anterior es conocido
por todos y cada uno de los habitantes de las dos calles de San Juan, pero como
es costumbre, en muy poco tiempo la noticia se hace vieja para dar paso a otro
chisme nuevo que enciende el ventilador de los comentarios. En esta oportunidad se trata de Sara, la hija
mayor de Belén, la dueña de la fonda, que mantiene un amorío con uno de los
trabajadores de la plantación, de nombre Amado Hernández, que vive en uno de
los pueblos vecinos a San Juan y que acostumbra reunirse en secreto por las
noches con ella en la plaza del pueblo, bajo uno de los frondosos árboles que
la adornan.
Gracias a las chismosas del pueblo, el amorío
de Sara y Amado se ha hecho conocido en San Juan y ha llegado a los oídos de
Belén que no ha tardado en advertir a su hija de las consecuencias de lo que
está haciendo.
Belén es una mujer que fue abandonada por su
marido hace muchos años y en ese entonces la dejó sola con dos niñas pequeñas a
las que tuvo que criar y educar sola con mucho sacrificio y por las que ha
logrado hacer y tener todo lo que hoy en día posee. Es una mujer blanca de poco más de 50 años
muy conocida por todos, de origen campesino, de cabello largo y muy negro que
siempre lleva bien recogido; de poco hablar, pero muy cordial en el trato con
los demás, que no duda en ayudar a quien lo necesita y que aun cuando no
frecuenta la iglesia tampoco se jacta de sus buenas acciones.
Sara por su parte, una joven alta, delgada y
muy agraciada de unos 25 años, completamente inexperta y locamente enamorada
por primera vez, no mide las consecuencias de su relación con Amado y pasando
por alto las recomendaciones de su madre, insiste en mantener vivo su amor aunque
las viejas del pueblo; como ella misma las llama, hablen de ella.
En tiempos anteriores era común ver a las
personas caminar por las calles desde muy temprano hacia la plantación para
incorporarse a sus turnos de trabajo; hoy en día, solo se puede ver caminando a
los habitantes de San Juan cuando cruzan la calle de una acera a otra o cuando
se dirigen a algunos de los pocos negocios improvisados.
Como parte de las medidas de segregación de
la heredera hacia el pueblo, en estos últimos tiempos, la plantación utiliza
unos pequeños autobuses que se encargan de recorrer las distintas rutas de los
pueblos y caseríos aledaños a San Juan para recoger al personal que cumple los
tres turnos laborales y que en muy raras ocasiones se detienen en el pueblo,
pues los choferes tienen expresamente prohibido hacerlo.
En este preciso momento, la segunda temporada
de cosecha del café ha empezado y la plantación se ve muy activa y concurrida
por los recolectores. Personas de mediana edad que han hecho ese trabajo por
años y jóvenes que lo hacen por primera vez, invaden los campos de la
plantación, portando en su cintura unas maras para echar las cerezas maduras de
café, que luego son vaciadas en los transportadores que los llevan hasta los
galpones de almacenamiento para ser seleccionados y enviados a procesar en las
máquinas que se encargan de quitarles la piel y dejar limpias las almendras que
luego han de ser llevadas a las secadoras antes de pasar a los hornos para ser
tostadas.
Desde la parte más alta de la plantación, por
donde se ubica la carretera de servicio que comunica a los galpones con los
campos de siembra, existe un sitio llamado «el mirador» desde donde puede verse
perfectamente como los recolectores, cubriendo sus cabezas con grandes
sombreros que los protegen del sol, hacen su trabajo y llenan rápidamente las
maras con las frutas de color rojo intenso de cada uno de los arbolitos que
sembrados en línea, uno tras el otro y separados por poco menos de dos metros
dibujan el paisaje de gran parte de los terrenos del valle de San Juan.
En la entrada del pueblo, como es la
costumbre una vez al año, coincidiendo con estas fechas de la segunda temporada
de cosecha del café en la plantación, la alcaldía ha colocado hoy un enorme
cartel publicitario que hace referencia a la gran feria que tendrá lugar en los
próximos días a beneficio de la escuela del pueblo que amerita algunas
reparaciones y gracias a esta feria en donde colaboran todos los habitantes, estiman
recaudar de los turistas y los empleados de la plantación, suficiente dinero
para hacer las reparaciones que son necesarias y que la alcaldía no puede
costear por la falta de dinero que padece.
Fue así, como en las últimas ferias lograron recaudar lo necesario para
la construcción del edificio de la alcaldía y la biblioteca pública que hoy
ostenta San Juan.
Gracias a la intervención del alcalde, las
grandes empresas cerveceras de la región, aceptaron colaborar con la música y
colocando varios quioscos alrededor de la plaza y que los interesados puedan
usarlos para exhibir sus productos y alimentos para la venta de una manera
segura, limpia y muy organizada.
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