Pirata - Capítulo 1
CAPÍTULO 1
LA REUNIÓN
Como es habitual en California, el clima hoy
está muy seco y caluroso, a pesar de que caen algunas lluvias, la tierra parece
estar sedienta y tan pronto como caen las lluvias, el agua rápidamente
desaparece. Así lo siente el gobernador
del estado de California, Harry Denver, que se desplaza con rapidez por una de
las carreteras que conducen a la ciudad de San Diego en el auto de la
gobernación que a su vez se encuentra custodiado por otros dos autos que pertenecen
a la seguridad de la gobernación. Se
dirigen a una reunión con unos inversionistas en el Rancho Atenas, en donde también
espera encontrarse con el congresista Nathan McColl, quien es el artífice y
principal promotor de casi todos los proyectos de desarrollo que se realizan
actualmente, sobre todo en las zonas cercanas a la ciudad de Los Ángeles.
Luego de un largo recorrido, desde Los
Ángeles, donde se encontraba supervisando los avances de un complejo
habitacional, la caravana ha llegado a la casa principal del Rancho Atenas y al
bajar de su auto, el gobernador es recibido por una persona que luego de
saludarle, lo guía hasta adentro de la casa en donde lo esperan otras dos
personas muy bien vestidas, a los que se le nota a simple vista su origen
latino.
—Gobernador Denver, ¿Cómo está usted? —pregunta
uno de los hombres al verlo entrar en la sala.
Se trata de los hermanos Héctor y Aníbal
Ruiz, dos mexicanos dueños de un cartel de drogas que opera desde Tijuana,
México y que usan a los Estados Unidos como centro de distribución de sus
productos y que con la ayuda del gobernador Denver y el congresista Nathan McColl
mantienen una operación permanente de lavado y legalización de los capitales
producto de la venta de las drogas que los hermanos Ruiz introducen en los
Estados Unidos.
—Muy bien, amigo mío —responde el gobernador.
—¿No vino con usted el congresista? —pregunta
uno de los hermanos Ruiz.
—No, el viene en su avión privado y llegará
en cualquier momento.
—Entonces tomemos algo mientras esperamos su
llegada —dice Aníbal, el menor de los hermanos Ruiz, que de inmediato se acerca
al bar y tomando una botella del estante y tres vasos se acerca nuevamente al
grupo para servir un trago de wiski a cada uno.
—Debo decirle, amigo Denver, que mi hermano y
yo estamos muy preocupados por la forma como se está manejando nuestro dinero —comenta
Aníbal Ruiz, mientras degusta lentamente el wiski que se sirvió.
—¿A qué se refiere? Todo está marchando
perfectamente bien —responde con asombro el gobernador Denver.
—Mi hermano se refiere a que nosotros le
damos nuestro dinero para que ustedes lo laven y no nos comunican nada sobre la
forma como están procediendo —recrimina Héctor Ruiz.
—El asunto está en que no creímos que fuera
necesario que ustedes supieran los detalles del mecanismo que usamos para
lavarlo. Solo les informamos cada vez
que se termina una operación. Creímos
que con eso era suficiente.
—Pues no es suficiente. Ustedes usan y juegan con nuestro dinero y
tenemos derecho a saber cuánto han gastado y cuanto han estado ganando gracias
a nosotros —exige Aníbal, que ve de mala manera al gobernador.
—Entonces, esperemos a que llegue el
congresista y sea él mismo quien les explique todo sobre la operación de
legalización de capitales —culmina el gobernador.
El congresista Nathan McColl y el gobernador
Harry Denver, siempre han sido acusados de tener relaciones con grupos
delictivos, pero nunca se les ha podido comprobar nada. La prensa de investigación se mantiene
siempre alerta al respecto para tratar de encontrar algún indicio que le
permita determinar el origen real de la fortuna que tanto el gobernador como el
congresista manejan con toda libertad.
Durante la última campaña electoral para la
gobernación, Bryan Powell, el contendor más fuerte de McColl, trató de
demostrar que los capitales que ostenta tienen un origen oscuro y que de alguna
forma el gobernador logra lavarlos, pero no sirvió de mucho, pues Denver ganó
la gobernación sin problemas gracias al apoyo del congresista, que de algún
modo impidió que las declaraciones de Powell al respecto salieran a la luz
pública y pudieran afectar la campaña.
El Rancho Atenas, es un rancho supuestamente
ganadero, propiedad de los hermanos Ruiz y que estos utilizan para alejarse del
ojo público y evitar por un tiempo que los problemas relacionados con su
verdadero negocio los alcancen. Por lo
general, mientras los hermanos se encuentran en el rancho, este es custodiado
celosamente por un pequeño ejército de hombres fuertemente armados que, desde
sus posiciones ubicadas en sitios estratégicos ayudados por un sistema de
cámaras de vigilancia, mantienen la seguridad y la integridad de los hermanos
ante cualquier intento de los carteles de la competencia, de atacarlos para
eliminarlos y hacerse del control de sus mercado.
El día de hoy, debido a la reunión prevista
con el gobernador y el congresista, hay más guardias que de costumbre y se han
apostado en sitios estratégicos desde un kilómetro a la redonda de la casa para
evitar que nadie sin autorización se acerque y pueda tomar fotografías que los
comprometan.
En este preciso momento, un pequeño avión,
hace su aparición en el cielo y se acerca a la pista de aterrizaje del
rancho. El avión posa sus ruedas
suavemente sobre el asfalto de la pista y se dirige hacia un sitio desde donde
unos hombres armados le hacen señales al piloto. Una vez que el avión se detiene por completo,
sale de el, el congresista Nathan McColl que de inmediato es recibido por un
hombre armado que luego de invitarle a subir a un vehículo rústico, lo conduce
hasta la casa principal.
El congresista es llevado por el guardia
hasta dentro de la casa y conducido hasta la sala en donde se encuentran
esperándolo los hermanos Ruiz y el gobernador Denver, que al verlo llegar no
duda en saludarle.
—¡Congresista McColl! —saluda el gobernador
Denver al ver entrar al hombre—. ¿Tuvo buen vuelo?
—Hola Harry... sí, estuvo muy despejado el
cielo —responde el congresista.
—Congresista, permítame presentarle a los
señores Héctor y Aníbal Ruiz.
—Mucho gusto en conocerlos —dice el
congresista acercándose a cada uno de los hermanos para darle la mano en señal
de saludo.
El congresista Nathan McColl es un hombre
blanco, alto y delgado con el cabello negro muy liso y engominado, que
acostumbra vestir muy bien, siempre con prendas de calidad y es su costumbre
usar un chaleco debajo del saco del traje, que lo hace aparentar ser de una
clase social muy alta. Las personas que lo conocen, lo relacionan por tres
cosas: sus acostumbrados trajes de diseñados con chaleco, su enorme anillo de
oro en uno de los dedos de su mano derecha que lleva incrustada una piedra de
color rojo, que nadie ha podido determinar si se trata de un rubí o una
fantasía y su perverso gusto por el alcohol, las drogas y las jovencitas.
—Por favor congresista, tome asiento —dice Aníbal
Ruiz, señalando hacia una de las butacas de la sala.
—Muchas gracias —responde el congresista—.
Debo decirle amigo Ruiz, que yo no acostumbro a reunirme de esta forma, pero
debido a la insistencia del gobernador Denver, acepté venir.
—Eso es algo que se le agradece señor, pero
usted debe comprender que nosotros necesitábamos conocer a las personas con las
que hemos estado haciendo negocios —replica sarcásticamente Aníbal.
—Tiene mucha razón, pero creo que ustedes no
tienen quejas de la forma como se han hecho las cosas hasta ahora, por eso no
entiendo el porqué de la premura para esta reunión —expone el congresista.
—Por supuesto que debíamos hacer esta reunión
—replica en esta ocasión Héctor Ruiz—.
Son muchos millones de dólares que hemos dejado en sus manos para que
ustedes dos hagan con ellos lo que quieran y nos lo devuelvan una vez hayan
sido legalizados, pero hasta ahora, solo hemos recibido unos pocos centavos.
—Quizás tenga razón, pero deben entender que
el procedimiento de lavado y legalización de capitales con orígenes como el de
ustedes, no es fácil y tiene su tiempo —trata de explicar el congresista.
—Esa parte la entendemos, pero lo que nos
preocupa es que no tenemos la certeza de que ustedes estén haciendo lo correcto
con nuestro dinero —expone Aníbal.
—¡Señores! Les aseguro que su dinero está a
buen resguardo y solo hay que esperar un poco para que las autoridades no
sospechen de la operación —propone el gobernador Denver.
—A buen resguardo dice, ¿quién se supone que
tiene nuestro dinero? ¿Acaso hay otra persona involucrada? —pregunta
sorprendido Héctor.
—Por supuesto que las hay, hay muchas otras
personas, pero ninguna conoce el origen real del dinero, solo deben hacer su
trabajo y reportarnos las ganancias —explica el congresista.
—¿De qué se trata esa llamada operación?
podrían explicarnos para entender mejor y poder estar más tranquilos —pide Aníbal.
—Tenemos a una corredora de valores que
trabaja en Wall Street y se encarga de hacer las inversiones necesarias,
comprando acciones y títulos valores con el mejor rendimiento para luego
proceder a venderlos y de esa forma legalizar el capital —explica el
congresista.
—Entonces están arriesgando nuestro dinero
jugando en la Bolsa —Replica de manera alterada Aníbal.
—Así es, pero les aseguro que nuestro
contacto es muy eficaz en eso y sabe hacer las cosas con mucha seguridad —confirma
el congresista.
—¿Por qué tardan tanto en devolvernos el
dinero? —pregunta Héctor.
—Los movimientos de la bolsa deben ser
lentos, recuerden que se trata de inversiones y debemos esperar a que pase un
tiempo antes de volver a vender las acciones a fin de no llamar la atención de
la comisión de valores —explica el congresista Coll.
La reunión continua y a medida que el tiempo
avanza, los hermanos Ruiz se van sintiendo un poco más tranquilos por las
respuestas obtenidas de parte del congresista que parece tenerlo todo bajo
control y ha prometido devolverles el dinero en muy poco tiempo.
Para cuándo van a ser las seis de la tarde,
el congresista decide despedirse alegando debe estar esa misma noche en
Sacramento para una reunión con su equipo de trabajo político, con miras a la
reelección. Por su parte el gobernador
hace lo propio y ambos se despiden de los hermanos Ruiz y se retiran de la
casa. El congresista es llevado en el auto
rústico hasta la pista para que pueda abordar su avión, mientras el gobernador
se aleja del Rancho Atenas en su auto custodiado por su personal de seguridad
en los otros dos autos de la misma forma como llegó.
Esa misma noche, cuando van a ser las diez de
la noche, en la ciudad de Sacramento, el congresista Nathan McColl, se reúne en
la suite que utiliza como residencia mientras se encuentra en la ciudad, con
Martha Watson, que ha llegado de Nueva York para saber sobre los avances en el
caso de su padre que se encuentra en prisión acusado de un asesinato que no
cometió.
Martha Watson es una joven mujer de unos 38
años de edad, blanca, con un cuerpo muy bien definido y una larga melena de
color claro que acostumbra llevar recogida en un moño o en una cola de caballo.
—Señor McColl, quisiera me informara cómo va
el caso de mi padre —pregunta la mujer que se encuentra sentada en una de las
butacas de la sala de la suite.
—Martha, te he dicho que no tienes de que
preocuparte, estoy haciendo todo lo posible para que tu padre salga en
libertad, pero debes entender que las pruebas en su contra son muy contundentes
y el gobernador Denver me prometió que haría todo lo posible por ayudarlo —expone
el congresista.
—Pero ya tiene varios meses en prisión y aun
no sé si saldrá en libertad —expresa Martha.
—No te preocupes, deja eso en mis manos y en
las del gobernador, tu solo preocúpate de hacer bien tu trabajo.
—Puede estar seguro de que lo estoy haciendo
lo mejor que puedo.
—Pero te tardas demasiado en conseguir el
dinero.
—Señor, no puedo hacerlo más rápido porque
podemos llamar la atención de la Comisión Federal de Valores y yo podría perder
mi licencia.
—Está bien, hazlo como tú quieras, pero trata
de que sea un poco más rápido —exige el congresista.
—Señor, ¿cree usted que pueda visitar a mi
padre mañana? —pregunta Martha.
—Por supuesto, le avisaré ahora mismo al
gobernador para que autorice tu visita —promete el congresista.
—Bien, entonces no le molesto más —expresa
Martha poniéndose de pie para marcharse de la suite.
—Muy bien, como tú quieras, saluda a tu padre
de mi parte cuando lo veas mañana.
—Así será señor, que pase buenas noches —se
despide Martha que sale por la puerta de la suite al pasillo del hotel para
tomar el ascensor.
Por la mañana, muy temprano, Martha se
dispone a visitar a su padre en la cárcel del condado y para ello toma un taxi
que la lleve hasta el sitio en donde luego de identificarse, es conducida a una
pequeña sala sin ventilación y mal alumbrada por una lámpara de cuatro tubos de
los que solo medio enciende uno. La sala
se encuentra completamente vacía y solo cuenta con una pequeña mesa y dos
sillas.
—Espere aquí —dice el guardia que la condujo
hasta la sala.
Martha toma asiento en una de las sillas para
esperar a que traigan a su padre y así poder verlo después de varios meses que
ha estado detenido en ese lugar. Unos
minutos más tarde, la puerta de la sala se abre y aparece en ella, la figura de
Leroy Watson, esposado y escoltado por un guardia que luego de permitirle que
se sentara en la otra silla vacía, se colocó de espaldas contra la pared al
lado de la puerta de entrada.
—Papá, ¿cómo estás? —pregunta Martha con lágrimas
en los ojos, mientras le toma las manos a su padre entre las suyas.
—¡No pueden tocarse! —advierte el guardia con
fuerza dejando ver claramente la autoridad que representa.
—Por favor, es mi padre —reclama Martha—,
¿Qué cree que puedo hacer? todo me lo quitaron en la entrada.
—Esas son las normas —vuelve a advertir el
guardia—, nada de contacto físico.
—Está bien hija, no te preocupes, ya es
suficiente con que estés aquí —dice el señor Watson.
Leroy Watson es un hombre blanco, alto y
fuerte, aunque ahora no lo parece, el tiempo que lleva en prisión le ha
afectado mucho y ahora se ve muy debilitado y enfermo. Trabajaba para la
gobernación en la oficina de obras públicas como supervisor de obras.
—Papá, te están tratando bien aquí —pregunta
Martha con mucha preocupación al ver el estado en el que se encuentra su padre.
—Si hija, no te preocupes, estoy bien.
—Pero no te ves bien papá, ¿Que te están
haciendo en este lugar?
—¿Qué pueden hacerme hija? Estoy en una
cárcel, la vida aquí es muy dura.
—Ayer hablé con el congresista McColl y me
prometió que están haciendo todo lo posible para liberarte.
—¿Te dijo eso?
—Si, me dijo que él mismo habló con el
gobernador para pedirle que hiciera algo por ti.
—Hija, debes tener cuidado con esa gente —susurra
el señor Watson casi en el oído de Martha.
—Lo se papá, pero debo hacer lo que me dicen
para que puedas salir de aquí pronto.
—No hija, ellos no me sacarán de aquí —vuelve
a susurrar el señor Watson.
—¿Por qué dices eso papá?
—A ellos les conviene que yo esté aquí para
que tu hagas todo lo que te pidan.
—Pero el señor McColl me lo prometió.
—Son solo promesas. El gobernador Denver y el congresista McColl
están juntos en esto.
—¿Cómo sabes eso, papá?
—En los archivos de la gobernación hay unas
carpetas que fui guardando ocultas, en donde está toda la información de sus
negocios sucios que ambos tienen y parte de ello es el motivo por el que
mataron a Gary Davis y me implicaron a mí.
—Pero, ¿qué estás diciendo papá? —pregunta
Martha con asombro al oír las revelaciones de su padre.
—Lo que oyes, desde hace años, ellos dos han
estado haciendo negocios sucios y violando las leyes de construcción para
obtener muchas ganancias, Davis lo descubrió y cometió el error de amenazar al
gobernador con denunciarlo y poco tiempo después lo encontré muerto en una de
las obras y por ese motivo fui implicado en ese hecho por órdenes del
gobernador, para tapar las apariencias y que la policía no siguiera
investigando.
—Papá, pero esas pruebas son muy importantes,
quizás puedan servir para sacarte de aquí.
—No creo que sirvan para eso, pero si para
hacerles mucho daño a ellos —explica el señor Watson—. Debes tratar de
conseguir esas carpetas.
—Pero, ¿Cómo puedo hacerlo?
—Debes tratar de entrar a la oficina de archivos
de la gobernación y buscar la caja que está marcada con tu fecha de nacimiento —explica
el señor Watson.
Justo en ese momento, cuando el señor Watson
intentaba explicarle a su hija Martha, todo sobre las carpetas y el material
que contenían, el guardia advierte con voz fuerte:
—¡Se ha terminado el tiempo de la visita!
—Pero solo han pasado quince minutos —replica
Martha.
—Lo siento, pero esas son las reglas —expresa
el guardia—. Leroy, vamos, acompáñame.
El guardia toma de un brazo al señor Watson que
trata de despedirse de su hija y lo saca bruscamente de la sala, dejando la
puerta abierta para que Martha salga y se dirija por sus propios medios a la
salida de la cárcel.
Ya en la calle, Martha recuerda todo lo que
le dijo su padre y de inmediato empieza a pensar en la manera de entrar a la
oficina de archivos de la gobernación para recuperar el materias que su padre
le mencionó.
A la mañana siguiente, Martha se presenta en
el edificio de la gobernación y pide hablar con el gobernador Harry Denver, por
lo que una de las secretarias luego de anunciarla, la acompaña de inmediato
hasta la oficina.
—Señorita Watson —saluda el gobernador Denver
al ver a la joven mujer.
—Buenos días gobernador, vine hasta aquí
porque necesitaba pedirle algo —expresa la mujer.
—Si se trata de tu padre, te aseguro que
estoy haciendo todo lo que está a mi alcance.
—No señor, se trata de otra cosa.
—Entonces dime, ¿de qué se trata?
—Señor, estaré un tiempo en Sacramento y no
quiero perder la pista de las inversiones, así que necesitaré un sitio seguro y
tranquilo con buena conexión a internet en donde pueda trabajar y hacerles
seguimiento a las transacciones —expone Martha.
—Entiendo, y ¿qué tienes pensado?
—Pensaba que como aquí hay algunas oficinas
vacías y todas están equipadas con computadoras e internet, quizás pudiera
permitirme trabajar en una de ellas.
—Pero, recuerda que lo que tú hagas no puede
enterarse nadie.
—Por eso pensé en este sitio, trabajar desde
la internet del hotel no es seguro.
—Perfecto, hablaré para que te asignen una
oficina que quede alejada de todo el mundo y puedas hacer tus cosas con
tranquilidad como lo quieres.
—Muchas gracias señor, ¿cuándo cree usted que
pueda empezar a trabajar?
—Mañana mismo si quieres, ya le voy a
informar a seguridad para que te permitan el ingreso y te asignen una de las
oficinas desocupadas.
—Perfecto señor, entonces regresaré mañana
por la mañana para empezar a trabajar.
—Que así sea, cualquier otra cosa que
necesites no dudes en pedírmela.
La joven mujer se despide y abandona la
oficina del gobernador, dirigiéndose hacia las escaleras por donde baja hasta
llegar a la entrada del edificio y salir a la calle. En su mente no hay otra cosa más que la idea
de poder entrar a la oficina de archivos y recuperar las carpetas que le
mencionó su padre. Ella pensó que le
sería mucho más difícil convencer al gobernador Denver de que le permitiera
trabajar desde allí, pero todo resultó bien y a partir de mañana podrá estar en
el edificio sin problemas.
Mientras tanto, en la oficina del gobernador,
este llama por teléfono al congresista McColl y le comunica la solicitud hecha
por Martha.
—No veo ningún problema Harry, facilítale lo
que necesite, no sería bueno que por negarte ocurriera algo malo que nos
pusiera en evidencia con los hermanos Ruiz.
—Tienes razón, ya de por sí, están muy
nerviosos.
—Entonces estamos de acuerdo, teniéndola
cerca podremos presionarla para que las cosas se hagan mucho más rápido —comenta
el congresista.
—Está bien Nathan, ordenaré le autoricen el
acceso a las oficinas a la hora que quiera para que pueda trabajar con
tranquilidad.
—Perfecto... y mantenme informado de
cualquier otro acontecimientos.
Al terminar la conversación telefónica, el
gobernador Denver llama por el teléfono interno al encargado de la
seguridad. Pocos minutos después entra
en la oficina Gregory Nichols, un hombre alto y vestido de traje negro, con una
mirada penetrante.
—Gregory, desde mañana estará trabajando en
este edificio la señorita Martha Watson, necesito que te encargues de hacer que
le permitan la entrada sin problemas, a la hora y el tiempo que ella desee —pide
el gobernador.
—Señor, se puede saber cuál será su trabajo
en el edificio —pregunta Gregory.
—Confórmate con saber que necesito que ella
pueda ingresar sin problemas al edificio —replica el gobernador.
—Si señor, como usted diga —acepta Gregory—.
Ya le informo a seguridad para que la dejen entrar.
—Así está mucho mejor.
El jefe de seguridad se retira de la oficina del gobernador y este queda por un momento solo, inmerso en sus pensamientos.
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