Pirata - Capítulo 1

sábado, diciembre 02, 2023 0 Comments A+ a-




   

CAPÍTULO 1

 

LA REUNIÓN

 

 

Como es habitual en California, el clima hoy está muy seco y caluroso, a pesar de que caen algunas lluvias, la tierra parece estar sedienta y tan pronto como caen las lluvias, el agua rápidamente desaparece.  Así lo siente el gobernador del estado de California, Harry Denver, que se desplaza con rapidez por una de las carreteras que conducen a la ciudad de San Diego en el auto de la gobernación que a su vez se encuentra custodiado por otros dos autos que pertenecen a la seguridad de la gobernación.  Se dirigen a una reunión con unos inversionistas en el Rancho Atenas, en donde también espera encontrarse con el congresista Nathan McColl, quien es el artífice y principal promotor de casi todos los proyectos de desarrollo que se realizan actualmente, sobre todo en las zonas cercanas a la ciudad de Los Ángeles.

 

Luego de un largo recorrido, desde Los Ángeles, donde se encontraba supervisando los avances de un complejo habitacional, la caravana ha llegado a la casa principal del Rancho Atenas y al bajar de su auto, el gobernador es recibido por una persona que luego de saludarle, lo guía hasta adentro de la casa en donde lo esperan otras dos personas muy bien vestidas, a los que se le nota a simple vista su origen latino.

 

—Gobernador Denver, ¿Cómo está usted? —pregunta uno de los hombres al verlo entrar en la sala.

 

Se trata de los hermanos Héctor y Aníbal Ruiz, dos mexicanos dueños de un cartel de drogas que opera desde Tijuana, México y que usan a los Estados Unidos como centro de distribución de sus productos y que con la ayuda del gobernador Denver y el congresista Nathan McColl mantienen una operación permanente de lavado y legalización de los capitales producto de la venta de las drogas que los hermanos Ruiz introducen en los Estados Unidos.

 

—Muy bien, amigo mío —responde el gobernador.

—¿No vino con usted el congresista? —pregunta uno de los hermanos Ruiz.

—No, el viene en su avión privado y llegará en cualquier momento.

—Entonces tomemos algo mientras esperamos su llegada —dice Aníbal, el menor de los hermanos Ruiz, que de inmediato se acerca al bar y tomando una botella del estante y tres vasos se acerca nuevamente al grupo para servir un trago de wiski a cada uno.

 

—Debo decirle, amigo Denver, que mi hermano y yo estamos muy preocupados por la forma como se está manejando nuestro dinero —comenta Aníbal Ruiz, mientras degusta lentamente el wiski que se sirvió.

—¿A qué se refiere? Todo está marchando perfectamente bien —responde con asombro el gobernador Denver.

—Mi hermano se refiere a que nosotros le damos nuestro dinero para que ustedes lo laven y no nos comunican nada sobre la forma como están procediendo —recrimina Héctor Ruiz.

—El asunto está en que no creímos que fuera necesario que ustedes supieran los detalles del mecanismo que usamos para lavarlo.  Solo les informamos cada vez que se termina una operación.  Creímos que con eso era suficiente.

—Pues no es suficiente.  Ustedes usan y juegan con nuestro dinero y tenemos derecho a saber cuánto han gastado y cuanto han estado ganando gracias a nosotros —exige Aníbal, que ve de mala manera al gobernador.

—Entonces, esperemos a que llegue el congresista y sea él mismo quien les explique todo sobre la operación de legalización de capitales —culmina el gobernador.

 

El congresista Nathan McColl y el gobernador Harry Denver, siempre han sido acusados de tener relaciones con grupos delictivos, pero nunca se les ha podido comprobar nada.  La prensa de investigación se mantiene siempre alerta al respecto para tratar de encontrar algún indicio que le permita determinar el origen real de la fortuna que tanto el gobernador como el congresista manejan con toda libertad.

 

Durante la última campaña electoral para la gobernación, Bryan Powell, el contendor más fuerte de McColl, trató de demostrar que los capitales que ostenta tienen un origen oscuro y que de alguna forma el gobernador logra lavarlos, pero no sirvió de mucho, pues Denver ganó la gobernación sin problemas gracias al apoyo del congresista, que de algún modo impidió que las declaraciones de Powell al respecto salieran a la luz pública y pudieran afectar la campaña.

 

El Rancho Atenas, es un rancho supuestamente ganadero, propiedad de los hermanos Ruiz y que estos utilizan para alejarse del ojo público y evitar por un tiempo que los problemas relacionados con su verdadero negocio los alcancen.  Por lo general, mientras los hermanos se encuentran en el rancho, este es custodiado celosamente por un pequeño ejército de hombres fuertemente armados que, desde sus posiciones ubicadas en sitios estratégicos ayudados por un sistema de cámaras de vigilancia, mantienen la seguridad y la integridad de los hermanos ante cualquier intento de los carteles de la competencia, de atacarlos para eliminarlos y hacerse del control de sus mercado.

 

El día de hoy, debido a la reunión prevista con el gobernador y el congresista, hay más guardias que de costumbre y se han apostado en sitios estratégicos desde un kilómetro a la redonda de la casa para evitar que nadie sin autorización se acerque y pueda tomar fotografías que los comprometan.

 

En este preciso momento, un pequeño avión, hace su aparición en el cielo y se acerca a la pista de aterrizaje del rancho.  El avión posa sus ruedas suavemente sobre el asfalto de la pista y se dirige hacia un sitio desde donde unos hombres armados le hacen señales al piloto.  Una vez que el avión se detiene por completo, sale de el, el congresista Nathan McColl que de inmediato es recibido por un hombre armado que luego de invitarle a subir a un vehículo rústico, lo conduce hasta la casa principal.

 

El congresista es llevado por el guardia hasta dentro de la casa y conducido hasta la sala en donde se encuentran esperándolo los hermanos Ruiz y el gobernador Denver, que al verlo llegar no duda en saludarle.

 

—¡Congresista McColl! —saluda el gobernador Denver al ver entrar al hombre—. ¿Tuvo buen vuelo?

—Hola Harry... sí, estuvo muy despejado el cielo —responde el congresista.

—Congresista, permítame presentarle a los señores Héctor y Aníbal Ruiz. 

—Mucho gusto en conocerlos —dice el congresista acercándose a cada uno de los hermanos para darle la mano en señal de saludo.

 

El congresista Nathan McColl es un hombre blanco, alto y delgado con el cabello negro muy liso y engominado, que acostumbra vestir muy bien, siempre con prendas de calidad y es su costumbre usar un chaleco debajo del saco del traje, que lo hace aparentar ser de una clase social muy alta. Las personas que lo conocen, lo relacionan por tres cosas: sus acostumbrados trajes de diseñados con chaleco, su enorme anillo de oro en uno de los dedos de su mano derecha que lleva incrustada una piedra de color rojo, que nadie ha podido determinar si se trata de un rubí o una fantasía y su perverso gusto por el alcohol, las drogas y las jovencitas.

 

—Por favor congresista, tome asiento —dice Aníbal Ruiz, señalando hacia una de las butacas de la sala.

—Muchas gracias —responde el congresista—. Debo decirle amigo Ruiz, que yo no acostumbro a reunirme de esta forma, pero debido a la insistencia del gobernador Denver, acepté venir.

—Eso es algo que se le agradece señor, pero usted debe comprender que nosotros necesitábamos conocer a las personas con las que hemos estado haciendo negocios —replica sarcásticamente Aníbal.

—Tiene mucha razón, pero creo que ustedes no tienen quejas de la forma como se han hecho las cosas hasta ahora, por eso no entiendo el porqué de la premura para esta reunión —expone el congresista.

—Por supuesto que debíamos hacer esta reunión —replica en esta ocasión Héctor Ruiz—.  Son muchos millones de dólares que hemos dejado en sus manos para que ustedes dos hagan con ellos lo que quieran y nos lo devuelvan una vez hayan sido legalizados, pero hasta ahora, solo hemos recibido unos pocos centavos.

—Quizás tenga razón, pero deben entender que el procedimiento de lavado y legalización de capitales con orígenes como el de ustedes, no es fácil y tiene su tiempo —trata de explicar el congresista.

—Esa parte la entendemos, pero lo que nos preocupa es que no tenemos la certeza de que ustedes estén haciendo lo correcto con nuestro dinero —expone Aníbal.

—¡Señores! Les aseguro que su dinero está a buen resguardo y solo hay que esperar un poco para que las autoridades no sospechen de la operación —propone el gobernador Denver.

—A buen resguardo dice, ¿quién se supone que tiene nuestro dinero? ¿Acaso hay otra persona involucrada? —pregunta sorprendido Héctor.

—Por supuesto que las hay, hay muchas otras personas, pero ninguna conoce el origen real del dinero, solo deben hacer su trabajo y reportarnos las ganancias —explica el congresista.

—¿De qué se trata esa llamada operación? podrían explicarnos para entender mejor y poder estar más tranquilos —pide Aníbal.

—Tenemos a una corredora de valores que trabaja en Wall Street y se encarga de hacer las inversiones necesarias, comprando acciones y títulos valores con el mejor rendimiento para luego proceder a venderlos y de esa forma legalizar el capital —explica el congresista.

—Entonces están arriesgando nuestro dinero jugando en la Bolsa —Replica de manera alterada Aníbal.

—Así es, pero les aseguro que nuestro contacto es muy eficaz en eso y sabe hacer las cosas con mucha seguridad —confirma el congresista.

—¿Por qué tardan tanto en devolvernos el dinero? —pregunta Héctor.

—Los movimientos de la bolsa deben ser lentos, recuerden que se trata de inversiones y debemos esperar a que pase un tiempo antes de volver a vender las acciones a fin de no llamar la atención de la comisión de valores —explica el congresista Coll.

 

La reunión continua y a medida que el tiempo avanza, los hermanos Ruiz se van sintiendo un poco más tranquilos por las respuestas obtenidas de parte del congresista que parece tenerlo todo bajo control y ha prometido devolverles el dinero en muy poco tiempo.

 

Para cuándo van a ser las seis de la tarde, el congresista decide despedirse alegando debe estar esa misma noche en Sacramento para una reunión con su equipo de trabajo político, con miras a la reelección.  Por su parte el gobernador hace lo propio y ambos se despiden de los hermanos Ruiz y se retiran de la casa.  El congresista es llevado en el auto rústico hasta la pista para que pueda abordar su avión, mientras el gobernador se aleja del Rancho Atenas en su auto custodiado por su personal de seguridad en los otros dos autos de la misma forma como llegó.

 

Esa misma noche, cuando van a ser las diez de la noche, en la ciudad de Sacramento, el congresista Nathan McColl, se reúne en la suite que utiliza como residencia mientras se encuentra en la ciudad, con Martha Watson, que ha llegado de Nueva York para saber sobre los avances en el caso de su padre que se encuentra en prisión acusado de un asesinato que no cometió.

 

Martha Watson es una joven mujer de unos 38 años de edad, blanca, con un cuerpo muy bien definido y una larga melena de color claro que acostumbra llevar recogida en un moño o en una cola de caballo.

 

—Señor McColl, quisiera me informara cómo va el caso de mi padre —pregunta la mujer que se encuentra sentada en una de las butacas de la sala de la suite.

—Martha, te he dicho que no tienes de que preocuparte, estoy haciendo todo lo posible para que tu padre salga en libertad, pero debes entender que las pruebas en su contra son muy contundentes y el gobernador Denver me prometió que haría todo lo posible por ayudarlo —expone el congresista.

—Pero ya tiene varios meses en prisión y aun no sé si saldrá en libertad —expresa Martha.

—No te preocupes, deja eso en mis manos y en las del gobernador, tu solo preocúpate de hacer bien tu trabajo.

—Puede estar seguro de que lo estoy haciendo lo mejor que puedo.

—Pero te tardas demasiado en conseguir el dinero.

—Señor, no puedo hacerlo más rápido porque podemos llamar la atención de la Comisión Federal de Valores y yo podría perder mi licencia.

—Está bien, hazlo como tú quieras, pero trata de que sea un poco más rápido —exige el congresista.

—Señor, ¿cree usted que pueda visitar a mi padre mañana? —pregunta Martha.

—Por supuesto, le avisaré ahora mismo al gobernador para que autorice tu visita —promete el congresista.

—Bien, entonces no le molesto más —expresa Martha poniéndose de pie para marcharse de la suite.

—Muy bien, como tú quieras, saluda a tu padre de mi parte cuando lo veas mañana.

—Así será señor, que pase buenas noches —se despide Martha que sale por la puerta de la suite al pasillo del hotel para tomar el ascensor.

 

Por la mañana, muy temprano, Martha se dispone a visitar a su padre en la cárcel del condado y para ello toma un taxi que la lleve hasta el sitio en donde luego de identificarse, es conducida a una pequeña sala sin ventilación y mal alumbrada por una lámpara de cuatro tubos de los que solo medio enciende uno.  La sala se encuentra completamente vacía y solo cuenta con una pequeña mesa y dos sillas.

 

—Espere aquí —dice el guardia que la condujo hasta la sala.

 

Martha toma asiento en una de las sillas para esperar a que traigan a su padre y así poder verlo después de varios meses que ha estado detenido en ese lugar.  Unos minutos más tarde, la puerta de la sala se abre y aparece en ella, la figura de Leroy Watson, esposado y escoltado por un guardia que luego de permitirle que se sentara en la otra silla vacía, se colocó de espaldas contra la pared al lado de la puerta de entrada.

 

—Papá, ¿cómo estás? —pregunta Martha con lágrimas en los ojos, mientras le toma las manos a su padre entre las suyas.

—¡No pueden tocarse! —advierte el guardia con fuerza dejando ver claramente la autoridad que representa.

—Por favor, es mi padre —reclama Martha—, ¿Qué cree que puedo hacer? todo me lo quitaron en la entrada.

—Esas son las normas —vuelve a advertir el guardia—, nada de contacto físico.

—Está bien hija, no te preocupes, ya es suficiente con que estés aquí —dice el señor Watson.

 

Leroy Watson es un hombre blanco, alto y fuerte, aunque ahora no lo parece, el tiempo que lleva en prisión le ha afectado mucho y ahora se ve muy debilitado y enfermo. Trabajaba para la gobernación en la oficina de obras públicas como supervisor de obras.

 

—Papá, te están tratando bien aquí —pregunta Martha con mucha preocupación al ver el estado en el que se encuentra su padre.

—Si hija, no te preocupes, estoy bien.

—Pero no te ves bien papá, ¿Que te están haciendo en este lugar?

—¿Qué pueden hacerme hija? Estoy en una cárcel, la vida aquí es muy dura.

—Ayer hablé con el congresista McColl y me prometió que están haciendo todo lo posible para liberarte.

—¿Te dijo eso?

—Si, me dijo que él mismo habló con el gobernador para pedirle que hiciera algo por ti.

—Hija, debes tener cuidado con esa gente —susurra el señor Watson casi en el oído de Martha.

—Lo se papá, pero debo hacer lo que me dicen para que puedas salir de aquí pronto.

—No hija, ellos no me sacarán de aquí —vuelve a susurrar el señor Watson.

—¿Por qué dices eso papá?

—A ellos les conviene que yo esté aquí para que tu hagas todo lo que te pidan.

—Pero el señor McColl me lo prometió.

—Son solo promesas.  El gobernador Denver y el congresista McColl están juntos en esto.

—¿Cómo sabes eso, papá?

—En los archivos de la gobernación hay unas carpetas que fui guardando ocultas, en donde está toda la información de sus negocios sucios que ambos tienen y parte de ello es el motivo por el que mataron a Gary Davis y me implicaron a mí.

—Pero, ¿qué estás diciendo papá? —pregunta Martha con asombro al oír las revelaciones de su padre.

—Lo que oyes, desde hace años, ellos dos han estado haciendo negocios sucios y violando las leyes de construcción para obtener muchas ganancias, Davis lo descubrió y cometió el error de amenazar al gobernador con denunciarlo y poco tiempo después lo encontré muerto en una de las obras y por ese motivo fui implicado en ese hecho por órdenes del gobernador, para tapar las apariencias y que la policía no siguiera investigando.

—Papá, pero esas pruebas son muy importantes, quizás puedan servir para sacarte de aquí.

—No creo que sirvan para eso, pero si para hacerles mucho daño a ellos —explica el señor Watson—. Debes tratar de conseguir esas carpetas.

—Pero, ¿Cómo puedo hacerlo?

—Debes tratar de entrar a la oficina de archivos de la gobernación y buscar la caja que está marcada con tu fecha de nacimiento —explica el señor Watson.

 

Justo en ese momento, cuando el señor Watson intentaba explicarle a su hija Martha, todo sobre las carpetas y el material que contenían, el guardia advierte con voz fuerte:

 

—¡Se ha terminado el tiempo de la visita!

—Pero solo han pasado quince minutos —replica Martha.

—Lo siento, pero esas son las reglas —expresa el guardia—. Leroy, vamos, acompáñame.

 

El guardia toma de un brazo al señor Watson que trata de despedirse de su hija y lo saca bruscamente de la sala, dejando la puerta abierta para que Martha salga y se dirija por sus propios medios a la salida de la cárcel.

 

Ya en la calle, Martha recuerda todo lo que le dijo su padre y de inmediato empieza a pensar en la manera de entrar a la oficina de archivos de la gobernación para recuperar el materias que su padre le mencionó.

 

A la mañana siguiente, Martha se presenta en el edificio de la gobernación y pide hablar con el gobernador Harry Denver, por lo que una de las secretarias luego de anunciarla, la acompaña de inmediato hasta la oficina.

 

—Señorita Watson —saluda el gobernador Denver al ver a la joven mujer.

—Buenos días gobernador, vine hasta aquí porque necesitaba pedirle algo —expresa la mujer.

—Si se trata de tu padre, te aseguro que estoy haciendo todo lo que está a mi alcance.

—No señor, se trata de otra cosa.

—Entonces dime, ¿de qué se trata?

—Señor, estaré un tiempo en Sacramento y no quiero perder la pista de las inversiones, así que necesitaré un sitio seguro y tranquilo con buena conexión a internet en donde pueda trabajar y hacerles seguimiento a las transacciones —expone Martha.

—Entiendo, y ¿qué tienes pensado?

—Pensaba que como aquí hay algunas oficinas vacías y todas están equipadas con computadoras e internet, quizás pudiera permitirme trabajar en una de ellas.

—Pero, recuerda que lo que tú hagas no puede enterarse nadie.

—Por eso pensé en este sitio, trabajar desde la internet del hotel no es seguro.

—Perfecto, hablaré para que te asignen una oficina que quede alejada de todo el mundo y puedas hacer tus cosas con tranquilidad como lo quieres.

—Muchas gracias señor, ¿cuándo cree usted que pueda empezar a trabajar?

—Mañana mismo si quieres, ya le voy a informar a seguridad para que te permitan el ingreso y te asignen una de las oficinas desocupadas.

—Perfecto señor, entonces regresaré mañana por la mañana para empezar a trabajar.

—Que así sea, cualquier otra cosa que necesites no dudes en pedírmela.

 

La joven mujer se despide y abandona la oficina del gobernador, dirigiéndose hacia las escaleras por donde baja hasta llegar a la entrada del edificio y salir a la calle.  En su mente no hay otra cosa más que la idea de poder entrar a la oficina de archivos y recuperar las carpetas que le mencionó su padre.  Ella pensó que le sería mucho más difícil convencer al gobernador Denver de que le permitiera trabajar desde allí, pero todo resultó bien y a partir de mañana podrá estar en el edificio sin problemas.

 

Mientras tanto, en la oficina del gobernador, este llama por teléfono al congresista McColl y le comunica la solicitud hecha por Martha.

 

—No veo ningún problema Harry, facilítale lo que necesite, no sería bueno que por negarte ocurriera algo malo que nos pusiera en evidencia con los hermanos Ruiz.

—Tienes razón, ya de por sí, están muy nerviosos.

—Entonces estamos de acuerdo, teniéndola cerca podremos presionarla para que las cosas se hagan mucho más rápido —comenta el congresista.

—Está bien Nathan, ordenaré le autoricen el acceso a las oficinas a la hora que quiera para que pueda trabajar con tranquilidad.

—Perfecto... y mantenme informado de cualquier otro acontecimientos.

 

Al terminar la conversación telefónica, el gobernador Denver llama por el teléfono interno al encargado de la seguridad.  Pocos minutos después entra en la oficina Gregory Nichols, un hombre alto y vestido de traje negro, con una mirada penetrante.

 

—Gregory, desde mañana estará trabajando en este edificio la señorita Martha Watson, necesito que te encargues de hacer que le permitan la entrada sin problemas, a la hora y el tiempo que ella desee —pide el gobernador.

—Señor, se puede saber cuál será su trabajo en el edificio —pregunta Gregory.

—Confórmate con saber que necesito que ella pueda ingresar sin problemas al edificio —replica el gobernador.

—Si señor, como usted diga —acepta Gregory—. Ya le informo a seguridad para que la dejen entrar.

—Así está mucho mejor.

 

El jefe de seguridad se retira de la oficina del gobernador y este queda por un momento solo, inmerso en sus pensamientos


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