Tiempo de venganza - Capítulo 1

sábado, diciembre 02, 2023 0 Comments A+ a-


 

CAPÍTULO 1

 

UN ABOGADO SAGAZ

 

 

Son las 3:00 de la tarde en la ciudad de Los Ángeles cuando cuatro patrullas de la policía llegan a un galpón ubicado en las afueras de la ciudad y rápidamente rodean la zona. El oficial que comanda el operativo pregunta al portero del lugar:

 

—¿Se encuentra el señor Mancini?

—Si oficial, está en su oficina —responde el portero.

 

El oficial se dirige en compañía de otros agentes hasta las oficinas de le empresa Transportaciones Fénix, ubicadas en la parte superior del galpón y una vez allí vuelve a preguntar a una de las secretarias:

 

—¿Dónde está el señor Mancini?

—En su oficina —responde la secretaria señalando hacia una de las puertas.

 

El oficial ingresa a la oficina en compañía de la secretaria y esta dice:

 

—¡Señor! la policía le busca.

—¿En qué puedo ayudarle oficial? —pregunta Rigoberto Mancini.

—Señor, queda usted detenido —informa el oficial que hace señas a los agentes para que lo esposen y lo conduzcan hasta una de las patrullas.

 

Rigoberto Mancini es un empresario de origen italiano, de baja estatura, regordete, de unos 60 años de edad, que tiene una empresa de transporte que se dedica al traslado de cualquier tipo de carga a distintos destinos del país.  Es miembro de la comunidad italiana y tiene muy buenas conexiones con altas personalidades de la política.

 

Mientras conducen esposado al señor Mancini este se queja y amenaza con represalias en contra de los agentes de la ley.

 

Al llegar a la patrulla uno de los agentes abre la puerta trasera de una de las patrullas y ayuda al detenido a ingresar para luego cerrarla.  Todos los agentes regresan rápidamente a sus patrullas y sin perder tiempo se retiran del lugar con destino a la comandancia de la policía.

 

Mientras tanto, en pleno centro de la ciudad, específicamente en la sala número 3 de los tribunales penales, se realiza un juicio por homicidio a cargo del juez Sullivan en donde precisamente en este momento se espera la decisión del jurado.

 

—Señores del jurado —pregunta el juez Sullivan—, ¿han llegado a un veredicto?

 

El presidente del jurado, un hombre de contextura muy fuerte, de cabello rojizo y vistiendo una camisa a cuadros, se pone de pie y dirigiéndose al juez dice:

 

—Si, su señoría.

—Puede usted leer el veredicto —dice El juez.

 

El hombre toma el sobre de color blanco que tenía en sus manos y abriéndolo extrae la hoja de papel que contenía.

 

—Su señoría, en el caso de asesinato en segundo grado en la persona de la señora Emma Braston, encontramos al acusado, inocente.

 

Se escucha en la sala un alboroto y el hombre, luego de haber leído el veredicto y entregado la hoja a uno de los agentes vuelve a tomar asiento.

 

—Este tribunal resuelve —dice el juez Sullivan— que el acusado Charles Braston, sea puesto en libertad de inmediato y que el caso sea enviado nuevamente a la fiscalía para que se sigan las investigaciones pertinentes y pueda darse con el culpable real de este homicidio.

 

El juez Sullivan culmina el juicio dando unos martillazos sobre el escritorio y poniéndose de pie se retira de la sala, a través de una pequeña puerta ubicada a un lado de la pared detrás de él. 

 

En el banco de los acusados, el señor Braston le da la mano a su abogado y le agradece todas las diligencias realizadas para demostrar su inocencia.

 

—Señor Carter, no sé cómo agradecerle todo lo que ha hecho por mi —dice el señor Braston.

—No fue nada, solo hice mi trabajo —responde el abogado Carter.

 

Robert Carter es un muy reconocido abogado de unos 35 años de edad y que trabaja para el bufete de abogados Thompson & Harris desde el mismo momento en que se graduó.  Es un hombre alto y muy atlético, de piel blanca, cabello de color negro y ojos de color verde claro. Con el tiempo de ejercicio de la profesión y la gran cantidad de casos que ha logrado resolver, se ha hecho de una considerable fama y buena posición económica que le permite vivir más que cómodamente sin problemas y poseer una gran casa en uno de los sectores privilegiados de la ciudad.

 

Al abandonar la sala, Robert se reúne con su equipo en el pasillo del tribunal, José Rivera, un hombre de raíces latinas, de la misma edad de Robert, también abogado pero dedicado a la investigación policial gracias a sus muchas conexiones con diferentes destacamentos policiales en donde tiene familiares en altos cargos.  Elena Morgan, una mujer delgada, alta y blanca, también de 35 años, abogada, dedicada a la investigación legal y que ayuda a Robert en la planificación de las defensas.

 

—Te felicito Robert, otro punto a tu favor —dice Elena.

—Otro punto a nuestro favor —corrige Robert—. Siempre recuerden que yo, sin ustedes no soy nadie.

—No digas eso amigo, eres uno de los mejores litigantes —expresa José.

 

Juntos caminan por los pasillos de los tribunales hasta salir a la calle en donde José pregunta:

 

—Ahora, ¿a dónde vamos?

—Lleva a Elena a su casa, yo caminaré un rato —dice Robert.

—Pero, ¿por qué tienes que andar solo? —expresa Elena— vayamos a comer algo.

—No, quiero despejarme un rato a solas, luego nos vemos.

 

Robert inicia su caminata sin dirección fija por una de las aceras de la calle y deja a sus amigos muy perturbados por su comportamiento.

 

—Cada caso que gana es lo mismo —dice José.

—Aún no olvida su promesa y a medida que pasa el tiempo se le hace más pesada la carga —comenta Elena.

 

Robert camina sin rumbo durante un largo rato hasta que se detiene en una cafetería ubicada en una esquina de una de las avenidas de la ciudad y se sienta en una silla frente a una de las mesas.  De inmediato es atendido por un mesonero.

 

—¿Qué le sirvo señor? —pregunta el mesonero.

—Tráigame solo un café, por favor —pide Robert.

 

El mesonero se retira y en muy poco tiempo regresa con una bandeja y una taza de café que coloca frente a Robert.

 

—Gracias —dice Robert.

 

Allí permanece sentado por un largo tiempo con la mirada perdida en el horizonte sin ni siquiera tomar su café hasta que decide levantarse de la silla para marcharse dejando un billete de 10 dólares bajo la taza.

 

En la mañana siguiente cuando Robert llega a las oficinas del bufete de abogados Thompson & Harris, sus compañeros lo ovacionan y saludan a medida que pasa entre los cubículos de trabajo hasta llegar a la puerta de su oficina a la que luego de entrar se sienta en su silla detrás del escritorio.

 

Poco tiempo después ingresa en la oficina el señor Mike Harris, uno de los socios mayoritarios de la firma y se sienta frente a Robert.

 

—Robert, te felicito, tienes otro caso culminado a tu favor, estuve hablando con Eliot Thompson y ambos creemos que ya es tiempo de hacerte socio de la firma —expresa el señor Harris.

—Señor, es usted muy amable y considerado.

—Nada de amabilidad muchacho. Tú solo te lo has ganado.

—Muchas gracias señor.

 

En ese preciso momento ingresa a la oficina muy apresurado el señor Thompson que luego de tomar asiento comenta:

 

—Debo decirles que uno de los más grandes bufetes del país nos ha pedido nuestra ayuda para uno de sus clientes —explica Thompson.

—¿De quién se trata? —pregunta Harris.

—El bufete de los hermanos Romano en Chicago —explica Thompson con alegría.

—¿Los hermanos Romano? Y ¿para qué necesitan nuestra ayuda en esta ciudad? —pregunta Robert.

—No me explicaron nada por teléfono, solo que enviaron a un representante que se reunirá con nosotros esta misma tarde —expone Thompson.

—¿En qué sitio será la reunión? —pregunta Harris.

—Aquí mismo en nuestra sala de juntas —dice Thompson.

—Bien Robert, quiero que estés presente en esa reunión —pide Harris.

—Por supuesto señor, allí estaré.

 

Harris y Thompson salen de la oficina y cierran la puerta tras ellos dejando a Robert sumido en sus pensamientos.  Al fin después de tantos años cuando menos se lo esperaba y estaba dando por perdidas las esperanzas, está a punto de lograr acercarse a los Romano.

 

Esa misma tarde tal como estaba previsto, llegó el representante de los Romano y mientras se reúne con el señor Harris y el señor Thompson en la sala de juntas le piden esperar un momento hasta estar completos para iniciar la reunión.

 

Unos minutos más tarde ingresa a la sala Robert y es presentado por el señor Thompson.

 

—Señor Turner, este es Robert Carter, nuestro mejor elemento.

—Mucho gusto —dice Robert tendiendo la mano para saludar al extraño.

 

Ya todos sentados alrededor de la mesa se da inicio a la reunión y Robert no tarda en preguntar:

 

—¿Podría decirme que lo trae por esta ciudad? ¿En qué podemos ayudarle?

—Por supuesto. La firma para la que trabajo tiene un cliente muy fuerte que ayer fue arrestado en esta ciudad y por ahora no tenemos a nadie en nuestra firma que pueda hacerse cargo de esta situación —explica el señor Turner.

—¿De qué fue acusado su cliente? —pregunta Robert.

—De tráfico de drogas, la policía encontró en uno de sus camiones 500 kilos de cocaína.

—Y ¿cómo relacionan la droga con su cliente? —vuelve a preguntar Robert.

—Nuestro cliente posee un prontuario por este concepto en otro estado de hace algunos años por lo que pagó un tiempo de cárcel.

—Esto es muy grave —dice Robert.

—Nuestro cliente está dispuesto a pagar la cantidad que ustedes dispongan siempre y cuando le garanticen que lograrán sacarlo en libertad.

—Señor Turner, yo particularmente no acostumbro hacerme cargo de casos de drogas y por lo general no gasto energía en casos que no pueda ganar —expresa Robert.

—Vamos Robert, sabemos que tú puedes con esto y mucho más —dice el señor Harris.

—Hacerse cargo de este caso implicaría que en adelante tendríamos una relación muy estrecha entre ambas firmas —propone el señor Turner.

—Robert por favor, la firma cuenta contigo —dice el señor Thompson—. Esta sería una excelente oportunidad de crecer.

—Está bien señor Thompson, revisaré el caso y veré que puedo hacer por el cliente del señor Turner —acepta Robert.

—Perfecto, yo trabajaré con usted y lo ayudaré en todo lo que necesite —advierte el señor Turner.

—Lo siento señor, yo trabajo solo con mi equipo.

—Pero señor, yo debo estar enterado de todas sus actuaciones.

—Deberá esperar a que nosotros le informemos al respecto —expresa Robert.

—Pero Robert, no puedes hacer una excepción en este caso —pregunta Harris.

—No señor, no puedo, por respeto a mi equipo.

—Está bien señor Carter, yo le comunicaré su decisión a los señores Romano. ¿Cuándo podría empezar a trabajar?

—Empezaré tan pronto como usted me de toda la información de su cliente —expresa Robert.

—Perfecto, la tendrá sobre su escritorio mañana a primera hora —promete el señor Turner.

 

Culminada la reunión, el visitante se retira y el señor Thompson lo acompaña hasta la salida mientras el señor Harris se queda con Robert conversando en el pasillo.

 

—Robert, ¿crees que puedas hacer algo en este caso? —pregunta Harris.

—Aún no lo sé señor, pero siempre hay una salida.

—Esta es una oportunidad única de expandirnos, si tu logras sacar a ese hombre de la cárcel, el bufete Romano nos hará crecer y subir como la espuma.

—Ya veremos señor, ya veremos.

 

Esa misma tarde, Robert se reúne con su equipo en su oficina a puertas cerradas y le comunica la situación.

 

—Y ¿de quién se trata? —pregunta José.

—Aún no tengo la información del caso, el emisario quedó en entregarla mañana a primera hora —dice Robert.

—Pero es un caso de drogas —dice Elena—, eso será muy difícil.

—Esperemos tener la información, esta es la oportunidad que he esperado por años de acercarme a los Romano —expresa Robert.

—Cierto, tendremos que esperar hasta mañana —comenta José.

 

A la mañana siguiente, como se lo prometió, cuando Robert llega a la oficina se encuentra con el señor Turner esperándolo con una carpeta en sus manos.

 

—Buenos días, señor Carter —saluda Turner.

—Buenos días, ¿trajo toda la información del caso? —pregunta Robert.

—Si señor, aquí en esta carpeta está todo lo necesario.

—Perfecto, déjeme revisar detenidamente el caso y le estaremos informando.

—Solo una cosa más.

—Usted dirá. ¿Que más necesita?

—Mis jefes exigen que yo esté presente en todas las actuaciones.

—Ya se lo dije ayer señor Turner, si usted y sus jefes no están de acuerdo con mi forma de trabajar pueden llevarle el caso a cualquier otra firma de abogados que deseen —replica Robert, extendiendo el brazo con la carpeta que acaba de recibir en la mano.

—No señor Carter, yo no tengo ningún problema, pero mis jefes me obligan.

—Pues hable con sus jefes y explíquele mis condiciones.

—Está bien señor, no hay problema, trabaje como usted está acostumbrado.

El hombre se levanta de la silla muy avergonzado y se retira de la oficina sin mirar atrás.

 

Luego de que el señor Turner se fuera, Robert llama a su equipo a reunión en su oficina y les plantea el caso.

 

—La información contenida en esta carpeta no nos sirve, estoy seguro de que toda es falsa —explica Robert—.  José, necesito toda la información que puedas conseguir sobre Rigoberto Mancini y sus negocios, legales o ilegales.

—Está bien Robert, ya me pongo a trabajar en eso —responde José.

—Elena, necesito que como siempre te apliques en averiguar todo lo que puedas sobre demandas y cualquier problema legal que haya tenido hasta este momento el señor Mancini.

—Perfecto Robert, y ¿qué harás tu mientras tanto? —dice Elena.

—Yo iré a la cárcel para hablar con él y ponerme a la orden.

 

La reunión termina y cada uno se dirige a hacer lo que se planificó.  Robert toma un taxi a la salida del edificio y se dirige a hablar con su cliente en la cárcel.

 

Una hora más tarde, luego de haberse identificado y haber pasado los controles, Robert logra reunirse con el señor Rigoberto Mancini que se encuentra en una pequeña habitación en donde solo hay un pequeño escritorio con dos sillas. 

 

—¿Quién es usted? —pregunta Mancini al ver a Robert.

—Señor Mancini soy Robert Carter de la firma Thompson & Harris y desde este momento seré su abogado.

—Y ¿qué pasó con Romano? Se supone que ellos se encargarían de todo esto.

—Ellos contrataron a la firma para la que yo trabajo y me asignaron su caso.

—Esto no está bien, ellos tienen que responder por esto.

—No se preocupe señor, lo sacaremos de aquí, solo debe tener un poco de calma y dejarme hacer mi trabajo.

—Está bien, usted haga su trabajo, pero hágalo rápido.

—Solo le pido que no hable ni diga nada que pueda comprometerlo más. Mantenga la calma y no hable con nadie que no sea yo.

—Está bien, espero que sepa lo que hace.

—Por supuesto que lo sé, ahora, necesito que me diga todo sobre el caso sin omitir nada.  Sea culpable o inocente debe decirme la verdad para yo poder planificar la estrategia y no conseguirme con sorpresas en el camino.

 

Robert habla con Mancini durante un largo rato en el que escucha todo sobre el cargamento de drogas y como fue capturado e implicado.  Al finalizar, Robert se levanta de la silla y se retira de la habitación en donde se hacen las visitas legales.  De inmediato un guardia acompaña nuevamente a señor Mancini hasta dentro de la cárcel y lo deja en su celda.

 

De regreso en la oficina Robert se reúne nuevamente con su equipo que ya ha logrado recabar un gran volumen de información y la comparten.

 

—Tenemos solo siete días, el juicio está pautado para las 10:00 de la mañana del viernes de la semana que viene y le fue asignado al juez Peter White —comenta Elena.

—¿Qué encontraste tu José?

—El señor Mancini tenía una compañía de transporte en Oklahoma que se vio implicada en un caso de trafico de objetos robados, esa compañía cerró a raíz del problema, luego le fueron incautados en su vehículo unos paquetes de droga y eso lo llevó a la cárcel en donde pagó 2 años, después apareció de forma mágica en Los Ángeles como dueño de esta empresa de transporte.

—Es toda una joya nuestro cliente —comenta Robert.

—Así es —afirma José.

—Elena, ¿ya sabes quién es el fiscal que lleva el caso? —pregunta Robert.

—No, debo hacer unas llamadas para averiguarlo.

—Bien, sigan trabajando y me informan al instante de cualquier cosa que averigüen de este caso y del señor Mancini.

 

Luego de dos largos y arduos días de trabajo e investigaciones Robert logra conseguir información que le podrá servir para liberar al señor Mancini y se las presenta al juez White quien autoriza que sea liberado y que pueda esperar su juicio en libertad.

 

A la salida de la cárcel, el señor Mancini es esperado por Robert y el representante del bufete Romano.

 

—Abogado Carter, mil gracias por su trabajo —dice el señor Mancini al encontrarse con Robert.

—Solo hago mi trabajo, pero aún falta ganar el juicio —expresa Robert.

—Señor Mancini, le comunicaré a los señores Romano que usted ya está en la calle —dice el señor Turner.

—Me da igual lo que haga usted, ya no quiero que sean mis abogados —replica Mancini muy molesto.

—Pero señor, hemos hecho lo que hemos podido —se disculpa el señor Turner.

—Ustedes no han hecho nada, todo lo ha hecho el abogado Carter —vuelve a replicar Mancini.

 

El señor Turner muy abrumado se retira sin decir nada más y aborda su auto, mientras en el sitio el señor Mancini se despide de Robert.

 

—Abogado, sabe dónde encontrarme, cualquier cosa no dude en llamarme —dice Mancini.

—No se preocupe señor Mancini, recuerde que no puede salir del estado y que su juicio será el próximo viernes a las 10:00 de la mañana —explica Robert.

—Esté tranquilo abogado, allí estaré sin falta.

 

El señor Mancini se retira del estacionamiento de la cárcel en su auto conducido por su chofer y Robert se dirige a su oficina para seguir trabajando.  Al llegar a la oficina es llamado inmediatamente a una reunión con los socios de la firma para actualizar la información del caso.

 

—Robert, por favor, infórmanos cómo va el caso —dice el señor Harris.

—Hoy logré que liberaran temporalmente al señor Mancini hasta el día del juicio —explica Robert.

—Bien hecho muchacho, pensé que tendrías más problemas —dice el señor Thompson.

—Aún no ganamos el caso, pero por lo menos está libre —comenta Robert.

—Claro, claro, pero eso le gustará mucho al bufete Romano —dice Harris.

—No creo que le vaya a gustar mucho, el señor Mancini está furioso con ellos y le dijo al representante que no quería que fueran más sus abogados —expresa Robert.

 

—Hay que esperar el juicio para ver que resulta de todo esto —expone Thompson.

 

Harris y Thompson se retiran de la oficina de Robert al tiempo que entran en ella José y Elena con unas carpetas en las manos.

 

—Muchachos ¿qué noticias me tienen? —pregunta Robert.

—De mi parte está bastante difícil, el caso tiene mucho hilo suelto —dice José.

—A ¿qué te refieres? —pregunta Robert.

—Resulta que descubrí que la droga incautada en el camión era parte de un gran envío de mercancía variada con un mismo destino —explica José.

—Pero eso es muy bueno, eso desvía la mirada hacia otro lado —dice Robert.

—Quizás, pero resulta que ese destinatario es falso.

—Y ¿cuántas veces han enviado mercancía por ese medio a ese destinatario? —pregunta Robert.

—Ese es uno de los hilos sueltos, es la primera vez que envían mercancía.

—Entiendo. Y ¿qué has conseguido tu Elena?

—Yo ya tengo todo el expediente completo del señor Mancini y sus empresas.

—¿Encontraste algo raro?

—No, todo fue muy bien hecho, es solo que todos los documentos legales han sido firmados por el mismo abogado de la firma Romano —explica Elena.

—Bueno, ellos son sus abogados —comenta Robert.

—Si, pero ha firmado en varios estados diferentes.

—¿Te refieres a la legalidad de los documentos?

—Correcto, es muy difícil que un abogado pueda ejercer en tantos estados al mismo tiempo.

—Eso es verdad, esa información no nos sirve para ganar el juicio, pero si me sirve para empezar a entender cómo se manejan los Romano.

 

Robert y su equipo continúan estudiando el caso y preparando la defensa del señor Mancini.  Los días siguientes son de mucha presión y a medida que se acerca el viernes Robert se siente mucho más nervioso, pero no lo da a demostrar con su equipo como es su costumbre y se mantiene calmado.

 

El día jueves en la tarde Robert se entrevista con el señor Mancini en las oficinas de su empresa para instruirle en la forma como debe declarar en el juicio. Todo va caminando muy bien hasta el momento.  Aun cuando Robert no se siente muy bien por estar trabajando en un caso de drogas sabe que hasta el momento han preparado muy bien la defensa y el juez que lo lleva es muy receptivo, así que si todo sale como lo ha planeado el señor Mancini quedará en libertad plena y sin cargos el mismo día del juicio.

Esa noche, en su casa, Robert da los últimos toques al caso en compañía de José y Elena.  Tienen completamente cubiertos todos los flancos y han elaborado respuestas estratégicas a cualquier intensión de la fiscalía.

 

Por la mañana, después del desayuno, Robert se dirige al palacio de justicia y allí se encuentra con el señor Mancini que lo ha estado esperando desde muy temprano en uno de los pasillos.

 

—Señor Mancini, buenos días —dice Robert.

—Abogado Carter, dígame con sinceridad, ¿cree que ganemos el caso? —pregunta Mancini.

—No se preocupe señor Mancini, tenga confianza, todo está cubierto.  Solo hay que esperar.

 

En ese momento se asoma un guardia a la puerta de la sala del juzgado y hace un llamado.

 

—Caso G80—2771, el estado de California contra Rigoberto Mancini.

—Ese es nuestro juicio, pasemos a la sala —dice Robert.

 

Todos los que esperaban en el pasillo ingresan al juzgado y se ubican en sus respectivos asientos a la espera de que ingrese a la sala el juez Peter White.  Mientras tanto Robert permanece al lado del señor Mancini en el área de los acusados mientras a su derecha el fiscal y sus asistentes se preparan para presentar los alegatos de la acusación.

 

Unos minutos más tarde el juez White sale a través de una puerta en la pared del fondo de la sala y se escucha el anuncio del guardia:

 

—¡Todos de pie! El honorable juez Peter White hace presencia en la sala.

 

El juez, vestido con su tradicional toga negra, ingresa a la sala llevando en sus manos unas carpetas y se ubica en lo alto del podio.

 

—Pueden sentarse —dice el juez White.

—Caso G80—2771, el estado de California contra Rigoberto Mancini, da inicio —dice el guardia.

—¿La defensa y la parte acusadora están listas? —pregunta el juez.

 

Todos responden afirmativamente y con respeto para luego hacer un momento de silencio mientras el juez toma nota de algo en su agenda.

 

Un minuto más tarde el juez White da inicio al juicio y le cede la palabra a la parte acusadora para que presente su caso.  El fiscal se pone de pie y se dirige tanto al juez como a los miembros del jurado.  Durante un largo rato el fiscal expone todas las pruebas que tiene en contra del señor Mancini y trata de muchas formas hacer ver que se está juzgando a uno de los más perversos criminales del estado.  A todo esto, Robert permanece tranquilo e inmutable como es su costumbre durante los juicios.  Como siempre, Elena y José se encuentran sentados detrás de el para asistirlo en cualquier cosa que necesite.  Mucho más atrás, entre los espectadores se encuentra el abogado Turner que ha sido enviado nuevamente para supervisar el juicio e informar de manera directa e inmediata los resultados a la firma Romano.

 

El juicio ha sido muy disputado, a cada acusación de la fiscalía, Robert de manera muy calmada e inteligentemente ha presentado una prueba que la refuta.

 

Ya no habiendo más alegatos de las partes, el juez da por concluido el litigio y pide a los miembros del jurado retirarse a deliberar y da un receso hasta las 2:00 de la tarde.

 

—Señor Mancini, puede ir a almorzar y regrese antes de las 2:00 —pide Robert.

—Y ¿qué hará usted mientras tanto? —pregunta el señor Mancini.

—Yo también iré a almorzar con mi equipo.

—Pero entonces vamos juntos, yo los invito.

—No señor, yo no acostumbro a compartir con mis clientes —expresa Robert que sale de la sala en compañía de José y Elena dejando atrás al señor Mancini.

 

Para cuando son las 2:00 de la tarde, la sal del juzgado se encuentra llena y todos en su sitio excepto Robert que no ha llegado aún y eso mantiene muy nerviosos al señor Mancini.

 

Momentos antes de que se abra la puerta de la oficina del juez, llega Robert y se sienta al lado del señor Mancini que al verlo comenta:

 

—¿Qué le pasó?, creí que ya no vendría.

—El almuerzo tardó un poco más de lo debido —responde Robert.

 

En ese preciso momento se escucha al guardia decir:

 

—¡Todos de pie! El honorable juez Peter White hace presencia en la sala.

 

Rápidamente todos los presentes en la sala del juzgado se ponen de pie mientras el juez White camina hasta su silla y se ubica en el escritorio del podio.

 

—Pueden sentarse —dice el juez—, hagan pasar al jurado.

 

De inmediato al escuchar el pedido del juez, uno de los guardias abre una puerta por donde empiezan a pasar los miembros del jurado y se van sentando en sus respectivas sillas.  Al finalizar el juez pregunta:

 

—Señores del jurado, ¿han llegado a un veredicto?

 

El presidente del jurado, una señora de contextura gruesa y de baja estatura, con un vestido de franjas en donde el color que resalta es el morado se pone de pie y responde:

 

—Si su señoría.

—Puede leer el veredicto —dice el juez.

—En el juicio del estado de California contra el señor Rigoberto Mancini por tráfico de drogas, encontramos al acusado, inocente.

 

De inmediato se escucha la algarabía en la sala y todos se ponen de pie mientras el juez concluye diciendo mientras da golpes con su mazo sobre el escritorio para callar a las personas.

 

—Silencio... señor Mancini queda usted en libertad.

 

El juez White se retira a su oficina mientras el guardia informa que ha concluido el juicio y todos los presentes empiezan a despejar la sala mientras el señor Mancini se despide de Robert.

 

—Abogado Carter, estoy muy agradecido con usted.

—Fue un arduo trabajo, pero se logró el cometido —expone Robert.

 

Robert le da la mano a Mancini y luego de recoger sus cosas se retira de la sala con rumbo a la calle en donde lo esperan José y Elena en el auto.


* * * * *




Visitar página de AMAZON